La derecha democrática y la centroizquierda son dos árboles que solo pueden crecer sobre una tierra muy específica: la racionalidad en la discusión pública. Si falta esta cualidad, sus posibilidades políticas se verán severamente mermadas. Por eso, dichos sectores deben cuidar esa racionalidad y no perder de vista que, más allá de sus diferencias, comparten el empeño por defender esas creaciones notables del género humano que son la política misma y su expresión actual en la democracia representativa.
Si lo anterior es verdad, entonces las conductas que llevan a erosionar la racionalidad en la vida pública tienen algo de suicidas, particularmente en estos tiempos difíciles. No en vano, el experimentado Insulza ha pedido esta semana a sus colegas “calma” y “sobriedad”, dos actitudes básicas para la sobrevivencia de nuestra república. Conviene oír también a los políticos viejos, hoy tan despreciados.
Lamentablemente, abundan los ejemplos de acciones que erosionan esa indispensable racionalidad. Me referiré a casos tomados de la derecha.
Comentando la nominación del reemplazante del diputado Melero, un colega de coalición señaló entre sus méritos el haber participado en un reality show. Cuando vi los titulares en la prensa me molesté: me pareció una ironía excesivamente cruel. Además, no puede descartarse, particularmente en este caso, que, a pesar de haber sido parte de una actividad tan ajena a la lógica parlamentaria, una persona pueda desempeñarse bien como político. Para sorpresa mía, descubrí después que ese diputado lo decía en serio: una experiencia exhibicionista le aportaba valor.
Otros ejemplos no son una anécdota. La mesa directiva de RN pidió al Gobierno que lidere la iniciativa del retiro del 10% de los fondos previsionales. Es decir, no solo promueven un proyecto que en el largo plazo va en perjuicio de aquellos a quienes dice beneficiar, sino que, sin dar razones profundas, impulsan al oficialismo a renegar de su ADN y a perder cualquier resto de credibilidad.
¿Piensan, acaso, que al entrar en esa competencia van a quitar un solo voto a las candidaturas demagógicas o conectar mejor con la ciudadanía? Es un ejemplo de cómo la derecha llega tarde a muchas grandes cuestiones. ¿Cuál será el paso siguiente en este proceso de asumir causas promovidas por la izquierda extravagante? ¿Se vestirán de rosado con la estética de un cómic japonés? Atraerían por unas horas la atención de la prensa y se transformarían en trendingtopic. Pero en ese juego ya hay una maestra en la Cámara.
La derecha y la centroizquierda deben comprender que candidaturas como la de Pamela Jiles no salen de la nada. Alguien las ha hecho posibles, y ese alguien no está muy lejos: son ellas mismas. En la medida en que abdican de la lógica de la democracia representativa, se atemorizan ante las bravatas de aquella izquierda poco o nada democrática, y pretenden utilizar los mismos medios de sus adversarios, lo que producen es un clima poco racional, adverso a una sana forma de hacer política.
En otras palabras: Jiles y su éxito actual son un fruto de una centroizquierda y una derecha que, por buscar ventajas pequeñas, han renunciado a sí mismas y han sido incapaces de pensar en el país a largo plazo.
Esos sectores políticos ahora se ponen nerviosos y empiezan a dar palos de ciego. No es esa la receta, sino la tranquilidad que recomendaba Insulza. Precisamente porque la situación es delicada debemos cuidar el terreno donde crece la política. ¿En qué se traduce esa actitud de cuidado de la racionalidad?
Lo primero es tener muy claro que para Chile resulta fundamental que el próximo Presidente sea o bien de derecha o de una centroizquierda digna de ese nombre. Esto no basta para hacer un buen gobierno, pero impide que el país quede en manos de quienes no valoran la democracia representativa; buscan transformar el proceso constitucional en una asamblea estudiantil; desprecian el diálogo y la negociación; sienten que tienen un contacto directo con el pueblo; creen ciegamente que su causa representa unas leyes fatales de la historia, o consideran que la política es simplemente una forma de espectáculo.
En segundo lugar, la defensa de la razón en política exige fortaleza y serenidad. Los experimentos disparatados que hoy aparecen en nuestro horizonte solo pueden tener éxito si tienen enfrente una derecha y una centroizquierda atemorizadas, incapaces de argumentar o meramente reactivas.
Por último, una actitud serena exige entender que no cualquier medio está disponible para una persona de genuinas convicciones democráticas, y que todos tenemos obligación de velar por el bien común. Bloquear o retrasar proyectos indispensables para el país no es una actitud aceptable.
El Gobierno tiene muchos defectos, pero es fundamental que la izquierda democrática sepa distinguir qué cosas son motivo de legítimas discrepancias y en cuáles está claramente en juego el bien de Chile. El solo hecho de que haga estas distinciones permitirá instaurar un clima de racionalidad que incomodará a las posturas radicales y les dificultará su difusión. De lo contrario podremos decir con Tocqueville: “Celebráis que haya sido derribado el gobierno, pero ¿no os dais cuenta de que es el poder mismo el que está por los suelos?”.