En un encuentro con emprendedores, Daniel Jadue llamó a dejar de lado los prejuicios en contra del Partido Comunista.
“La verdad es que muchos, y lo digo con harto respeto, hablan desde el prejuicio y desde el desconocimiento de lo que son los programas del PC”, señaló enfáticamente el candidato presidencial, cuidando mucho los tonos y las palabras.
Y después agregó: “A veces a mí me sorprende que hablan del PC con mucha soltura y cuando tú les preguntas: ¿conoces tres textos del PC? ‘Ah, no, nunca he leído ninguno'. ¿Conoces tres textos de Marx o de crítica de la economía política? ‘No, tampoco'”.
Pues bien. Lo que explícitamente hizo Daniel Jadue fue confirmar su domicilio político. No es un comunista díscolo, no está “desilusionado”, no está “en proceso de reflexión”. Por el contrario, enarbola la hoz, el martillo y a Marx con orgullo. Un comunista de tomo y lomo.
Con su adhesión al PC y a Karl Marx, Jadue deja claro de dónde viene y a dónde va. Y no parece ser un prejuicio alertar sobre un viejo guion tantas veces representado y cuyo final ha sido siempre trágico.
Partamos por Marx. Nadie puede desconocer su influencia. Mal que mal, el siglo XX se dividió entre marxistas y antimarxistas. Tampoco se puede desconocer la relevancia de su denuncia respecto de las condiciones de los trabajadores en medio de la Revolución industrial. Pero como “economista”, sus errores son profundos y las consecuencias de aquellas doctrinas, un drama.
Marx se equivocó al montar su doctrina (inspirándose en David Ricardo) respecto de que las utilidades de las empresas irían decayendo permanentemente, dado que la única utilidad que reciben los empresarios es aquella que le quita al trabajador (plusvalía) y que estos estaban siendo reemplazados por máquinas. Sobre esa base montó la conclusión de que la tasa de desempleo iría creciendo, los salarios irían cayendo cada vez más, la explotación se incrementaría, la miseria sería creciente y la concentración de la propiedad iría aumentando. La conclusión de todo aquello era obvia: el capitalismo se acabaría sí o sí y daría paso al socialismo, para luego pasar al comunismo. Con ese itinerario, parecía lógico adelantar el proceso, romper las cadenas y hacer la revolución del proletariado.
Prácticamente, ningún pronóstico se cumplió. Y frente a un diagnóstico errado, remedios equivocados. Todas las naciones que siguieron su doctrina —sin excepción— abrazaron la miseria y el hambre, razón que explica por qué el Muro de Berlín solo fue saltado de este a oeste y por qué las balsas entre Cuba y Miami solo fueron de sur a norte.
Puros prejuicios, diría Jadue.
En segundo lugar: el Partido Comunista. Tal vez para ello baste recordar que hace menos de dos años la Unión Europea situó oficialmente al comunismo al mismo nivel que el nazismo —por aplastantes 535 votos a favor, 66 en contra y 52 abstenciones—, condenando a ambos regímenes por igual: “Ambos regímenes cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones, y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad”, señala la declaración de los europarlamentarios.
Algunas décadas antes, el historiador francés Stéphane Courtois había establecido —utilizando la información desclasificada de los archivos de Moscú— el trágico cómputo sobre las muertes que ha implicado el comunismo en la historia: cien millones de muertos.
Puros prejuicios, diría Jadue.
En el Chile de abril de 2021, el conversatorio de Jadue siguió adelante, y el candidato denunció esta vez que “existe una campaña comunicacional muy grande que tampoco logra percibir todo el proceso de actualización que han tenido los partidos comunistas en el mundo”.
Y eso sí que es una paradoja.
Porque los partidos comunistas son prácticamente insignificantes en el mundo y en aquellos lugares donde oficialmente son gobierno —China, Laos, Vietnam, Corea del Norte y Cuba— o en aquellos lugares que se gobierna con sus ideas —Nicaragua, Venezuela, etc.— no se ve precisamente el “proceso de actualización” del que habla Jadue. Todos ellos comparten miseria, falta de libertad y severos atropellos a los derechos humanos.
Prejuicio significa emitir un juicio sin tener los antecedentes.
Sin embargo, ciento cincuenta años de historia permite emitir un juicio sobre el comunismo. No un prejuicio. Y el resultado es contundente. Los comunistas no se comen las guaguas, como se advirtió hace 100 años (inventado por fascistas tras los episodios de canibalismo que tuvieron lugar en la Unión Soviética durante las hambrunas de los años veinte). Los comunistas se han comido las democracias, la libertad y la prosperidad.
Así, tiene razón aquel poeta inglés, nacido poco antes de Marx, que señalaba que el mayor enemigo de la verdad es el prejuicio. Sobre todo, porque agregaba que el mayor amigo de la verdad es el tiempo.