Hay ocasiones en que las personas, casi sin darse cuenta, dejan ver un aspecto suyo que, hasta ese momento, aparecía contenido y bajo control. Ocurre en dos situaciones típicas. En los actos fallidos, en que el sujeto hace o dice algo por donde se cuela lo que quería ocultar, y en la relación con alguien a quien se atribuye autoridad cuando el sujeto se infantiliza y escoge de sí mismo aquello que podría agradar a aquel que tiene al frente.
La segunda situación es muy frecuente.
Suele pasar en una entrevista, cuando el entrevistador sabe explotar hábilmente esa extraña tendencia del entrevistado a decir lo que el entrevistador quiere oír o lo que el entrevistador aparenta celebrar, algo que ocurre sobre todo cuando el entrevistado atribuye al entrevistador un saber que no está a su alcance, que es lo que, como se sabe, ocurre también a los pacientes que para no desilusionar al médico siguen reportando síntomas incluso cuando en la puerta de la consulta ya se sentían bastante bien.
Esas reacciones son una forma de infantilismo —una transferencia diría un psicoanalista— frente a la autoridad fugaz del entrevistador o el médico.
Es lo que acaba de ocurrir a la presidenta del Colegio Médico.
De pronto se infantilizó.
Hasta ahora se la veía contenida y sobria en la expresión, extremadamente racional al hablar o criticar, como si advirtiera que su tarea no era mostrar su yo, sino cumplir con su deber. Esa actitud la llevó a concitar en derredor suyo una casi unánime buena opinión. Ella era ese extraño tipo de persona madura y crítica, en cuyo juicio ponderado podía confiarse. No una persona complaciente, sino una mujer independiente del poder, pero también de sus propios humores a la hora de cumplir su cargo. Incluso hubo quienes —y ella, con la misma expresión contenida, nunca lo rechazó del todo— la mencionaron como probable carta presidencial.
Pero bastó una entrevista disfrazada de conversación —donde los entrevistadores mostraban cada cierto tiempo complacencia por lo que oían, alentándola así a que siguiera diciéndolo, luego de sospechar sin duda que ella estaba presa de esa situación transferencial— para que Izkia Siches, la presidenta del Colegio Médico, la probable candidata presidencial de reflexión ponderada, mostrara que ella es una personalidad no muy distinta a la de cualquier persona que, puesta en la situación adecuada, afloja las riendas de la censura que mantenemos en la relación con los demás, esa delgada capa de hipocresía que hace a la gente civilizada y cortés. Entonces, el Presidente Piñera y otras autoridades pasan a ser “infelices”; el ministro Paris, un “soldado” dispuesto a cualquier cosa con tal de seguir siendo ministro; el Gobierno, el peor de todos en cuestiones médicas; la mesa social del Covid, rectores incluidos, un montón de gente prescindente; los expertos gubernamentales, un grupo de “ingenieros que se creen epidemiólogos”, y todo ello expuesto en un lenguaje informal que mientras vestía el delantal blanco, se sentaba a la mesa, se fotografiaba frente a La Moneda y saludaba al ministro Paris, no asomaba por ninguna parte.
Ha ocurrido a Izkia Siches, guardando las proporciones, lo mismo que en su momento ocurrió a Gabriel Boric (que ahora que ha sido nominado candidato presidencial principia a dejar atrás, por fin, la moratoria de la edad adulta), quien incurrió en dos o tres tonterías innecesarias (una de ellas, celebrando una camiseta con el rostro agujereado de Guzmán) apenas su notoriedad principió a elevarse y la opinión de la gente y de los medios lo llenó de halagos de diversa índole.
Lo que ocurrió a Siches no es un arrojo de sinceridad, sino un caso de infantilización de la que ella ahora (por supuesto, nunca lo confesará) no debe estar orgullosa.
Alguien dirá que no importa tanto la forma o los modales de la expresión, sino el fondo de lo que la doctora Siches dijo. Pero no es tan así. La forma importa si de pronto resulta contradictoria con la actitud formal previamente sostenida (los abogados llaman a eso ir contra el sentido objetivo de los propios actos) y, en el caso de Siches, el fondo no deja de ser también relevante, puesto que será bien difícil escuchar de aquí en adelante declaraciones ponderadas de la doctora Siches, sin pensar que son insinceras e impostadas, o verla saludando al ministro Paris, sin pensar que se trata de una magnífica puesta en escena que encubre el desprecio, o apreciarla en La Moneda fotografiándose con el Presidente, sin advertir que ella, en el momento de la foto y mientras sonríe o saluda a los allí presentes, está pensando para sus adentros que ellos no son más que una manga de inútiles y de infelices.