¿Cuál es el secreto del “milagro” chileno?, es lo que se preguntó el prestigioso medio alemán Deutsche Welle a propósito de la vacunación en Chile. La misma pregunta se han hecho distintos medios, diarios y canales de televisión en el mundo. Un pequeño país del que se está hablando en muchos paralelos y meridianos.
Sin ir más lejos, en radio Mitre de Argentina el miércoles pasado hablaban de Chile como si fuéramos los noruegos de Sudamérica, dando cuenta de las varias cordilleras de distancia con el caos argentino, con la corrupción y en especial con la charlatanería. Así, la famosa dicotomía que instaló Alberto Fernández en la que él cuidaba a los argentinos porque se preocupaba de su salud (estableciendo una de las cuarentenas más largas del mundo) en contraposición al Piñera que sólo le preocupaba la economía, se cayó como un castillo de naipes.
El lunes o martes Chile llegará a los 5 millones de vacunados, casi el 30% de su población, 15 días antes de una meta autoimpuesta por el Gobierno de la que casi todos dudaban. Una epopeya. Una hazaña. Una proeza.
Por cierto, a regañadientes, con una voz inaudible y acuclillados, la mayor parte de la oposición ha tenido que reconocer el punto. Se ha disimulado un poco enarbolando la “larga tradición chilena en vacunación”, como si ella por sí misma hubiera podido lograr este exitoso proceso. Ni el modelo neoliberal, ni la Constitución, ni la desigualdad fueron posibles de recurrir esta vez.
Es que en esta crisis se ha mostrado quién es quién. Y si bien han existido algunos (como los rectores Vivaldi y Sánchez, la Sochimi, varios alcaldes y algunos otros) que han buscado permanentemente la colaboración, han existido otros que han buscado —a veces con buena intención y otras con clara intencionalidad política— torpedear la gestión de la pandemia.
Espacio Público (cuyos errores han sido equivalentes a sus agoreras predicciones) en diciembre advertía que “en el escenario más probable vamos a entrar al próximo invierno sin que esté vacunada una gran parte de la población”. Otro “experto” de la Universidad de Chile (Ricardo Baeza-Yates) decía el 20 de enero en radio Cooperativa que era imposible vacunar en Chile a más de 40 mil personas al día. El senador Letelier a finales del año pasado tildó al Gobierno de “payaso” por ir a buscar al aeropuerto “2 cajitas de vacunas”, en lo que marcó el inicio del proceso.
Y así, suma y sigue.
Diagnósticos errados de quienes no tienen la competencia para hacerlo, o sí la intención de darle el golpe de gracia al Gobierno, han estado presentes por doquier. Y vueltas de carnero. Por ejemplo, en marzo de 2020 el entonces ministro Mañalich advertía de los riesgos de las cuarentenas, mientras muchos la exigían como un derecho social. Un año después, el alcalde Sharp en Valparaíso exige el fin de las cuarentenas, por los daños que producen.
Por cierto, el Gobierno ha cometido errores en el control del coronavirus, pero, ¿en qué país no se han cometido? Sin embargo, el examen —hasta ahora— lo aprueba con suficiencia. Estuvieron los test, estuvieron las camas, estuvieron los ventiladores, existió el “plan Paso a paso”, llegaron las vacunas y se montó un sistema adecuado para ponerlas.
Este Gobierno ha tenido un gran déficit político en muchas materias, en muchas cosas ha llegado tarde o se ha manejado mal, pero probablemente la gestión del coronavirus será su legado. Es la parka roja llevada al sumun. Es la gestión por sobre la política.
Precisamente, y en medio de la discusión sobre la nueva Constitución, lo ocurrido con las vacunas muestra un buen ejemplo de cómo hay veces en que se contraponen derechos sociales y gestión política van por carriles diferentes.
Los países con mayor número de derechos sociales en su Constitución —Ecuador, Cabo Verde, Venezuela, Armenia, Angola y Brasil— no han sido los primeros en vacunar a su población, pese a que el “derecho social a la salud” está grabado a fuego. Así, la pregunta que cabe es la misma que viene rondando hace mucho tiempo, ¿tenemos que hablar de “derechos” o de “aspiraciones”? Y las vacunas es una muestra palpable de aquello. Todo el derecho social consagrado a la salud (donde las vacunas son un elemento central) queda simplemente en el papel si no hay gestión y si no hay recursos. La aspiración marca un objetivo, pero queda claro que ella queda delegada en la gestión.
Y es esa gestión la que hace de Piñera un mandatario sui generis. Su fortaleza no es ser presidente, menos primer ministro. Su fortaleza es ser gerente. Pero los países no pueden navegar a cargo de un gerente, por mucho que en esa materia lo haga bien. O muy bien. Porque desde los mineros a las vacunas hay un hilo común. Y no hay milagro alguno.