A los muchos laureles que merece, y que ya detallaremos, Wenger Haus merece también uno por la perseverancia en medio de la adversidad: porque la pandemia, que le llaman, es para desalentar a cualquiera o, al menos, para complicarle la vida.
Y hete aquí que Wenger Haus está no solo intacta, sino mejor que nunca: ha prosperado su sección panes —puesta fuera del alcance del respetable público que, ante el pan, lo primero que hace es apretarlo y sobarlo para comprobar su calidad—, continúa su línea de cosas saladas (quiches, tartas, etc.) y “mantiene” (palabra fetiche del periodismo y la policía uniformada) su saloncito de colaciones. Bueno, es demasiado para abarcarlo todo en una sola crónica, por lo que nos concentraremos en el “gusto dulce”, como decía Jimmy Brown en sus programas de radio.
Impecables los tres kuchenes y el pie de maracuyá que Usía puede comprar en cuartos, formando un solo mix, equivalente a un kuchen entero, por $18.500 (gran idea: no necesita comprar un kuchen entero y clavarse con él, si no le gusta). El pie, etéreo en su consistencia, poderoso en su sabor a la fruta. El kuchen de nuez, uno de los mejores que recordamos, con su relleno casi quebradizo y casi crujidor, que es como debe ser. El de frutos rojos con streusel, buenísimo, igual que el de manzana, bien “manzanoso”, con un grado equilibrado de acidez (ninguna de estas piezas es, cosa detestable en la pastelería, agresivamente dulzona). Y adviértase bien: son kuchenes hechos al gusto alemán (qué menos se puede pedir), que no consiste en una oda a la maicena, como es el mal gusto chileno (es decir, una base de 3 cm de alto de sosa maicena, símil crema pastelera, coronada con unos trocitos de fruta).
Desde hace mucho tiempo pensamos que los strudels de esta pastelería son los mejores de Santiago, pero siempre los hemos comprado enteros; esta vez, compramos solo un trozo y no nos pareció perfecto. Prefiera el producto entero. Por otra parte, los canelés, bizcochitos típicos de Burdeos, son excelentes (no es frecuente encontrarlos en otras pastelerías, ni siquiera francesas). Y esta vez nos atrevimos a probar la dulcería para diabéticos, que no nos entusiasmaba mucho, en principio, por aquello de que no nos gusta nada que sea sustituto: si uno ha de comer algo, que sea lo auténtico, caramba. Y si no, no lo come. Pero nos tentamos con un pastelito de bizcocho con manjar y almendras. ¡Manjar blanco para diabéticos! De partida no somos muy amigos del manjar blanco puesto ubicuamente por ser excesivamente dulce; pero aquí, por arte de birlibirloque, resultó una cosa deliciosa, mucho menos dulce que lo esperado, al que el añadido de almendras le sentaba infinitamente bien. Para comparar, probamos un “chilenito” con manjar de verdad: estupenda la masa y todo el conjunto. Deberían aquí ofrecer más variedad de dulces chilenos. Con esa mano que tienen…
Tomás Moro 1749, Las Condes. www.wengerhaus.cl