A estas alturas está claro que Cruzados, la SAD que lleva los destinos del equipo de fútbol Universidad Católica, ha establecido sólidos y fundacionales principios en su acción. Para esta SAD, a diferencia de lo que pasa en el resto de sus símiles en Chile, el proceso técnico del equipo se discute, aprueba y ejecuta en las oficinas de la gerencia respectiva, y todos los que son invitados a participar eventualmente como adiestradores en cada una de sus divisiones —incluido, por cierto, el primer equipo— saben de antemano que deben ceñirse estrictamente a lo delineado ahí. Es decir, el DT que llega a la UC entiende que no está ahí para traspasar límites. Al contrario, debe moverse en ellos. ¿Cuál es su ventaja? La UC no lo amarra a contratos de largo plazo, lo deja tomar decisiones al año de trabajo, no lo fuerza a quedarse más allá de lo que el DT se sienta motivado. Por eso se ha dado la dinámica de que al término de los últimos torneos, Cruzados deba salir a buscar entrenador.
La idea, que pareciera un tanto drástica, forzada y hasta peligrosa en términos de estabilidad, le ha dado resultados a Cruzados. Al menos en los últimos años. Tras un período de ensayo-error que por momentos hizo tambalear el proyecto de la SAD (la eficacia del gerente técnico José María Buljubasich estuvo en entredicho) el modus operandi ha sido eficaz en dos aspectos: éxito deportivo a nivel local (tricampeonato) y promoción de jugadores emergidos de sus divisiones menores (con ventas incluidas).
¿Se puede, entonces, criticar algo de esta forma de trabajo de la SAD Cruzados?
Difícil. Aunque hay cosas que pareciera que se deberían estimular.
Aparte de la ya conocida urgencia para que la UC dé el salto de calidad en materia competitiva a nivel internacional, parece también necesario que la Católica sea un equipo más evolucionado en términos de propuesta futbolística.
Y es que al ceñirse tan estrictamente a principios generales en la elección de sus entrenadores, Universidad Católica ha terminado por carecer de idearios más o menos claros. Beñat San José, Gustavo Quinteros y Ariel Holan —sus últimos adiestradores— justifican su paso exitoso por la UC en la medida en que supieron moverse en los parámetros establecidos desde la oficina técnica de Cruzados. Pero ninguno de ellos fue capaz —o no lo dejó la supraestructura— de desarrollar conceptos propios que dieran forma a equipos con sellos diversos.
La UC, en los últimos tres años, ha encandilado por su seriedad, por sus títulos, por su regularidad, por la promoción de jugadores y por la gran actuación individual de varios. Pero no por su forma de juego ni por su fortaleza colectiva para proponer un estilo.
Esa quizás debería ser ahora la exigencia que deba tener el nuevo entrenador de la UC, Gustavo Poyet. El adiestrador uruguayo, de formación europea, ha denunciado durante su carrera algunos conceptos que, si los pone en práctica en San Carlos, pueden convertirse en ese sello que le hace falta a la UC. Y no se trata de que Poyet se quiera erigir como un “revolucionario” (no ha escondido su admiración por el “Cholo” Simeone, por ejemplo) sino que, simplemente, como un constructor que hace su labor desde ciertos cimientos reconocibles.
Si lo logra, manteniendo todo lo bueno que ya ha logrado Cruzados en su equipo, seguro quedará en la historia.