Philip Winter y Alicia entran a un café y se sientan al lado de la ventana que da a la calle. Están agotados y fastidiados, después de horas de dar vueltas por Wuppertal buscando la casa de la abuela de Alicia. Winter lleva varios días a cargo de la niña, después de que la madre —que debía llegar a Ámsterdam desde Nueva York en el vuelo siguiente al de ellos— desapareciera súbitamente del mapa, inubicable en una era sin internet ni celulares. En el otro costado del local, un niño va sorbiendo lentamente un cono de helado mientras se apoya en un antiguo jukebox, por cuyos parlantes suena “On the Road Again”, de Canned Heat. Ni ellos ni el chico hacen movimiento alguno. Y es en este punto donde comienza la escena.
Inserta al medio de “Alicia en las ciudades” (1974), en el momento de mayor incerteza y desánimo en el relato, la secuencia del jukebox no parece en principio servir a un propósito claro; como muchas otras filmadas por el joven Wim Wenders, no obedece a un diseño argumental: no está ahí para hacer avanzar la trama ni para predicar una suerte de mensaje o moraleja (algo que se agradece mucho en estos días pre-Oscar, donde todas las potenciales candidatas defienden, denuncian o son acerca de algo “importante”), sino para dejar que el tiempo transcurra al ritmo en que se despliega la canción, a la velocidad en que el helado se derrite en la mano del niño. Philip y Alicia todavía están inmóviles cuando se acerca el mozo y les pide la orden.
—Un café para mí.
—También quiero algo.
—Ordena entonces.
—Un helado grande. ¿Le puede echar crema encima?
El mozo se va y la niña mira hacia el jukebox, donde el chico tararea, o mejor dicho, susurra para sí la melodía del single, como en un trance. Ella tuerce la vista hacia la ventana, mientras la sombra del tren elevado —el mismo que Wenders filmará casi cuatro décadas más tarde en su documental sobre Pina Bausch— pasa veloz sobre su rostro.
—Mi abuela no vive en esta ciudad.
La frase está pronunciada con la sequedad y falta de emoción que anticipan lo irreversible. Winter no dice nada, pero lo tiene claro: en adelante, él y Alicia errarán como John Wayne en “The Searchers” (1956), o como los protagonistas de “La aventura” (1960), de Antonioni, condenados a ir en busca de alguien que a estas alturas de la historia se ha vuelto un espectro. Llega el pedido a la mesa.
Al contrario de sus colegas franceses, los “jóvenes turcos” de la Nouvelle Vague que repletaban sus películas con pósteres, portadas de libros, de discos y hasta parrafadas de sus obras favoritas, las referencias del Wenders de estos años tienden a ocultarse y trenzarse unas con otras, sin llamar la atención sobre sí mismas, cual letreros, señalética de un camino que en realidad lleva hacia otra parte. Como escribiría años después su amigo Peter Handke en su “Ensayo sobre el jukebox” —¿lo habrá inspirado esta escena?—, estas “imágenes instantáneas tenían que alternar con andanadas narrativas que empezaban desde muy lejos y luego se interrumpían de modo abrupto”.
Alicia va comiendo su helado a grandes cucharadas. Al chico solo le queda el barquillo. Winter viene llegando desde el baño.
—¿Por qué no lo dijiste antes? ¿Crees que me gusta estar llevando niñas chicas por ahí, gastándome mis últimas monedas? Tengo cosas mejores que hacer.
—¿Qué otras cosas tienes que hacer? Lo único que haces es escribir todo el día en esa libreta.
Philip saca la cuchara de su taza y se la lleva a la boca. Un reflejo del sol pega sobre el metal y de pronto esta conversación entre iguales nos ha devuelto hacia Antonio y Bruno Ricci, aplanando desesperados y sin rumbo las calles de Roma en busca del “Ladrón de bicicletas” (1948), y luego más atrás todavía, hasta las correrías urbanas de Charlie y el huérfano, charlatanes que dependen el uno del otro, en “El Pibe” (1921). ¿Será que todos los filmes de padres e hijos, tanto reales como postizos, son porfiados arrebatos por recuperar el equilibrio de esa Arcadia perdida hace tanto, y pasan por alto lo único valioso que emerge del viaje: la búsqueda? Diez años después de Alicia, Wenders regresará a esas mismas rutas en su magistral “Paris-Texas”, donde incluso el padre que te lleva de la mano se ha convertido en un fantasma.
—Te llevaré a la policía. Pueden ayudarte más que yo.
Winter está mintiendo. No lo hará. El helado del chico se acabó. La canción del jukebox también.
Alice un den Städten
Escrita y dirigida por Wim Wenders.
Alemania, 1974, 113 minutos.
Disponible en Mubi.com.
DRAMA