Se dice que, para tener unas vacaciones verdaderamente reparadoras, deberíamos tomar tres semanas seguidas. La primera semana serviría para desconectarse. La segunda, para iniciar la recuperación del cansancio acumulado. Recién durante la tercera semana se alcanzaría un descanso reponedor. Solo entonces estaremos preparados para enfrentar el año que comienza. ¿Cuántas semanas salió usted?
Gracias a Google Scholar, es relativamente fácil explorar la literatura académica al respecto. Tras revisar una serie de artículos científicos que han estudiado el efecto de las vacaciones, me llevé varias sorpresas.
Efectos positivos, pero poco duraderos
Jessica de Bloom y coautores revisaron un conjunto de trabajos, lo que se conoce como “meta-análisis”, un examen exhaustivo de distintas investigaciones para resumir sus hallazgos. La buena noticia es que pudieron advertir, como una constante, que las vacaciones tienen un efecto positivo y estadísticamente relevante sobre la salud y el bienestar.
Los efectos se miden con encuestas y se comparan grupos tratados, los que salen de vacaciones, y los que tienen la mala suerte de no salir, cuidando, desde luego, que sean grupos lo más homogéneos posible. Se indaga, especialmente, sobre estrés y agotamiento; y también sobre la salud (por ejemplo, a través del ausentismo laboral).
La mala noticia es que los efectos positivos de las vacaciones duran poco, una vez que ellas terminan. A las pocas semanas, se pierde lo ganado. Por ejemplo, un estudio concluye que a las tres semanas el estrés es el mismo, aunque el agotamiento aún se mantiene bajo. Otro estudio muestra que luego de cuatro semanas del retorno, el ausentismo y el agotamiento vuelven a sus niveles “normales”.
¿Duración óptima?
También se ha examinado si el largo de las vacaciones tiene algún efecto sobre estos resultados —tratando justamente de ver si las vacaciones duraderas tienen un efecto mayor o más persistente—.
Los resultados sugieren que el supuesto beneficio de las tres semanas seguidas es, en realidad, un mito urbano. Por ejemplo, otro trabajo de De Bloom y coautores concluye que el largo de las vacaciones (con foco en duraciones de más de dos semanas) está débilmente asociado con cambios en indicadores de salud y bienestar, tanto durante como después de las vacaciones. En otro estudio, los mismos autores muestran que vacaciones cortas (4-5 días) tienen un efecto importante en la salud y el bienestar, aunque también su efecto desaparece relativamente rápido. Otro trabajo (de Chen y coautores) señala que las vacaciones relativamente cortas son suficientes para detectar relajo y desapego del trabajo —siempre y cuando apague el celular, es de suponer—.
Lo que sí parece importante es la calidad de las vacaciones. Descansar, dormir, comer rico y el placer derivado de distintas actividades tienen una relación bastante fuerte con la mejora de la salud y bienestar durante y, en menor grado, después de las vacaciones. También hay evidencia de que el apoyo organizacional y la seguridad en el empleo ayudan a que los efectos reparadores de las vacaciones duren más tiempo.
La dieta y los días previos
Hay que cuidarse, eso sí, de un par de cosas.
En vacaciones las personas suben de peso de manera estadísticamente significativa y persistente, detectable por, al menos, 6 semanas después de volver. Además, el efecto es mayor en personas con sobrepeso.
La buena noticia es que la subida parece no ser tan grande: en vacaciones de una a tres semanas, del orden de 0,3 a 0,5kg según un estudio; aunque otro, habla de un kilo completo. Sin duda, no es una gran sorpresa —muchos pasamos por esto—.
El segundo tema es el estrés pre-vacaciones. Hay evidencia de que la salud y el bienestar disminuyen significativamente en las dos semanas previas a salir —aunque no porque las perspectivas de vacaciones nos pongan nerviosos—. Las razones principales serían la carga de trabajo previa (hay que dejar las cosas terminadas) y un aumento de la carga doméstica, aunque lo último solo en las mujeres (hasta en esto aparece la disparidad de géneros).
Tomar perspectiva
Un viejo artículo de la edición de fin de año del The Economist (número que mezcla, de manera magistral, humor y seriedad) mostraba que ir regularmente al gimnasio alarga la expectativa de vida. Aunque el problema, decía, es que el aumento de vida ganado es mucho menor que el tiempo destinado a ir al gimnasio. Seguramente, la extensión de la vida pesa menos a la hora de hacer ejercicio que el gusto de hacerlo y la sensación física que nos reporta.
Si lo que busca con sus vacaciones es llegar a marzo con las pilas recargadas, mejor que abandone dicho propósito, pues la recarga le durará poco. Tampoco tiene sentido que se amargue porque le faltó una semana. Mejor céntrese en el presente, disfrute la naturaleza, desconéctese y descanse junto a su familia y, sobre todo, no deje que lo importune la locura del mes de marzo que acecha a la vuelta de la esquina.