Nadie pudo imaginar un torneo tan emocionante como este. Estaremos de acuerdo en que el nivel no ha sido bueno, que no hay equipos que logren enhebrar más de una racha, que no se puede aplaudir muchas figuras y que hay pleitos que de verdad aburren (sobre todo los clásicos), pero me cuesta encontrar en nuestra historia un final más emocionante e imprevisto que el que vivimos, donde todos los equipos están comprometidos con algo a poco de la línea de meta.
Salió de chiripa, como se denominaba en mi época a las cosas que sucedían por mero capricho del azar o la fortuna. Como era impensable suspenderlo, acortarlo o condicionarlo debido al papelón del año 2019, sacar adelante el certamen fue una verdadera epopeya para los jugadores, los cuerpos técnicos y los organizadores. Por más esfuerzos que se haya hecho para aplazar partidos por la pandemia, las copas internacionales o por mero capricho (recuerden el Colo Colo vs. Antofagasta), las tablas están a punto de ponerse al día, y con equipos que están reventados o al límite de sus capacidades físicas, cualquier tropezón resultará clave.
Era difícil sospechar lo de la Universidad Católica, que ha contado con el gentil auspicio de sus perseguidores para seguir con la primera opción al título, pese al derrumbe matemático y físico sufrido tras su eliminación ante Vélez. La cuenta de ahorro obtenida cuando tenía una sólida estructura le ha permitido ceder terreno sin escándalos, porque sigue dependiendo de sí misma para conseguir la tripleta. Es una historia conocida para los cruzados, que por tercer año ven cómo a sus perseguidores les falta la chaucha para el peso en la pelea por la corona.
Es un campeonato incomprensible de muchas maneras. Es extraño ver cómo hay clubes que crecieron una enormidad con un golpe de timón en la banca. Palestino, O'Higgins y Huachipato son materia de análisis para las virtudes de los que llegaron, pero también para la actitud de los planteles hacia los técnicos que se fueron. Son el mejor ejemplo para justificar apretar el botón rojo del sustituto cuando se entra en picada. Hay dueños y dirigentes que creen que sus equipos están para cosas mayores, y optan por el cambio de manera imprevista, como la U y Unión Española, donde la apuesta es mucho más alta que la posición que ostentaban en la tabla con Caputto y Ronald Fuentes. Aunque quede muy poco para el final.
Lo subrayo: pocas veces tan emocionante, atractivo e infartante. Dicho eso, un par de dudas. Primero, el afán por clasificar a las Copas internacionales —que este año elevaron sus premios económicos—, si al final todo es queja por el desgaste que producen. Coquimbo es un extremo, pero hay varios clubes —la UC incluida— que justifican la caída por lo que deberíamos considerar un premio y termina transformándose en un calvario. Si los piratas descienden, la contradicción será aún mayor. Y obliga a meditar la conveniencia deportiva.
La segunda viene de un viejo paradigma: torneo largo, reglamentos simples. No me imagino un campeonato más accidentado que este, ni bases más engorrosas ni tablas más inentendibles. Pero, pese a todo, apasiona. Lo que nos dice una verdad ya sabida: el fútbol lo resiste todo. Y siempre encuentra su cauce. Aunque sea de chiripa. Quizás por eso mismo ni han pensado en el próximo torneo.