Siendo uno de los atributos más presentes y gravitantes en la vida social, no obstante, si queremos observarlo un poco de cerca y distinguirlo de otros rasgos que usualmente se dicen de una persona en sus relaciones con los otros, se escurre, se resiste a ser pensado porque su materia es irracional y en su resistencia se difumina y hace verónicas.
La simpatía parece establecerse entre las personas de modo automático, es algo que pasa, se viene, “cae” sobre cada cual sin que podamos escoger o influir algunos de sus polos y matices. Según ella las personas son dispuestas en torno a dos contrarios: los sujetos que resultan muy atractivos para estar con ellos —el encantador— (polo positivo) y sujetos tan desagradables que bajo ningún respecto quisieras permanecer a su lado —el repelente— (polo negativo). Entre ambos, por cierto, se ubica la mayoría, aunque siempre con una intensidad que gradualmente aumenta tanto cuanto el sujeto se aproxima a alguno de esos dos círculos cuyas circunferencias no se confunden con las del eros (“odio y amor”), sino que son más amplias, impregnando todos los lazos cotidianos. Así, puede ser una tragedia “caer mal” o, peligroso regalo de los dioses, caer bien en todas partes. Es posible tratar de corregir ciertos rasgos desagradables, pero es difícil trasladarse a la otra orilla mediante el autocultivo y no se debe exagerar el empeño, ya que hacerse el simpático puede convertir en uno de los peores antipáticos.
Esta pasión influye poderosamente también dentro de la actividad política —se suele llamar carisma— y debería proyectar humildad y cautela en los analistas y políticos mismos porque la simpatía, de doble cara, introduce mucho riesgo e incertidumbre sobre el conocimiento y las decisiones que se esperan o llevan a cabo a la luz de ese conocimiento. El personaje sobremanera curioso es el político que persiste, contumaz, en la política a pesar de poseer un “anticarisma”, causando un incómodo desagrado, que es mayor cuando es exitoso, incluso dentro de su propio espectro político. Otro personaje (hombres en su mayoría) enternecedor es el anodino, el que posee un carisma inocuo, pero no percibe o no quiere darse cuenta de su total irrelevancia. ¡Qué importante que es tener buenos amigos o amigas que lo(a) aconsejen bien en estas horas! Dicen: Mira, no te presentes esta vez, por favor; espera otro momento, gana experiencia en política “desde otro lugar de lo público”, o “retírate de inmediato”. El baile de los candidatos me recuerda a ratos el extraordinario capítulo primero de “La muerte de Iván Ilich”. Sé que el paralelismo puede resultar injusto, exagerado, arbitrario; sin embargo, me fuerza a considerar irritantes preguntas que, por fortuna, no tengo espacio para contestar.