Las expectativas económicas se resisten a entrar en el terreno positivo. Luego de un segundo trimestre sombrío, marcado por la persistente caída de la actividad y las medidas de apoyo dispuestas por el Gobierno —incluido el “pudimos haber llegado antes” del ministro Briones—, el retiro de fondos previsionales alivió el presupuesto de los hogares, y el plebiscito de octubre respaldó el cauce institucional a la crisis social, con lo que las expectativas mejoraron. Parecía que el período de mayor apremio quedaba atrás, pero la mejora duró poco y en las semanas recientes han retornado señales de cierto pesimismo.
El conjunto de la ayuda económica que ha entregado el Gobierno, sumado a los retiros de los ahorros previsionales, dan cuenta de un volumen muy significativo de recursos para enfrentar la emergencia. Si bien la ocupación total de la fuerza de trabajo se redujo en el último trimestre en cerca de un 12% respecto al mismo período del año anterior, el ingreso disponible bruto de los hogares tuvo una caída cercana al 2,6%. La diferencia entre ambas cifras refleja, precisamente, el efecto de las transferencias del Gobierno y los retiros de fondos previsionales.
En un nivel más general, las exportaciones del segundo semestre fueron casi un 6% superiores a las del mismo período del año anterior, el precio de la libra de cobre se ha elevado por encima de 3,5 dólares y el tipo de cambio se acerca a los 700 pesos. Sin embargo, las perspectivas para la economía están lejos de despejarse y estamos entregados a lo que ocurra con la pandemia.
Un primer análisis lleva a pensar que la parálisis del Gobierno y el desorden del sistema político han derivado en un escenario lleno de inconsistencias entre diagnósticos y medidas implementadas. Sin embargo, una indagación más detenida indica que estos elementos son solo parte de los síntomas de una realidad más profunda: que el país no tiene una mirada compartida para encarar los desafíos que enfrenta. Esta falta de liderazgo para formular una estrategia de crecimiento inclusivo y sustentable hace que los vaivenes de corto plazo dominen el diseño e implementación de las políticas públicas.
Gran parte de la élite económica y empresarial se ha restado de la tarea de elaborar una estrategia de desarrollo, reemplazándola por un análisis de las brechas que tenemos con los países avanzados. Así, la atención se concentra en factores que serían necesarios para desencadenar el crecimiento, partiendo por la modernización del Estado o el déficit en infraestructura. Este enfoque supone que cuando se cumplen las condiciones previas, los mercados son eficientes para organizar la economía. Se trata de un ejercicio equivocado, porque valida la idea de que la estrategia de desarrollo es algo prescindible.
La evidencia muestra que el desarrollo inclusivo y sustentable requiere una estrategia explícita que permita que la mayor parte de la fuerza de trabajo se incorpore a la economía del conocimiento; que se generen buenos puestos de trabajo para las nuevas generaciones; que las capacidades económicas lleguen a los diversos territorios, y que los aumentos de productividad se reflejen en las empresas de distintos tamaños.
En consecuencia, el problema de Chile no está en las insuficiencias del capital humano, en las ineficiencias del Estado, en la falta de infraestructura, o en la incoherencia del sistema político. Todas ellas son consecuencia de la ausencia de una estrategia de desarrollo.
El crecimiento es un proceso continuo de transformación productiva, de incorporación de tecnologías, de integración social y de modernización institucional, que responde a la dinámica cambiante de las ventajas comparativas en un mundo globalizado. Mejorar las capacidades productivas es un proceso que requiere de una clara intencionalidad de las políticas públicas, del liderazgo del Gobierno y de la colaboración entre todos los actores relevantes. Por lo general, los mercados no gestionan las transformaciones estructurales por sí solos.
En síntesis, la salida de la crisis que enfrentamos requiere combinar las iniciativas propias de la respuesta inmediata a la emergencia, con un liderazgo que marque el rumbo hacia un crecimiento inclusivo y sustentable. Estos dos niveles están interrelacionados y se refuerzan mutuamente, por lo que la ausencia de una estrategia de mediano plazo aumenta la inestabilidad e incoherencia en las políticas públicas.