Este lunes comenzará la política constitucional y comenzará a apagarse la política ordinaria ¿Qué importancia tiene esa distinción a la hora de elegir convencionales?
En la política ordinaria se discute acerca de las mejores public policies y se impulsan programas de gobierno. En la política constitucional se diseñan las reglas del juego en cuyo interior competirán esas políticas y esos programas. Pero ni la política ordinaria diseña las reglas básicas, ni la política constitucional las políticas públicas. Por supuesto hay relación entre ambas (si las reglas del juego establecen qué jugadas son admisibles, una jugada repetida una y mil veces puede, por su parte, cambiar las reglas); pero se trata de cosas distintas.
Una cosa es jugar, otra distinta es diseñar el juego. Los convencionales no serán jugadores: serán quienes diseñan el juego.
Tener clara esa diferencia es fundamental en la elección que viene.
Pero no parece estar del todo clara en quienes aspiran a ser convencionales.
Si se revisa la abundante lista de candidatos (es sorprendente la cantidad de personas que han descubierto su vocación pública, la cantidad de tribunos escondidos, gente desinteresada dispuesta al sacrificio) no es difícil encontrar a quienes creen, o quieren hacer creer, que el debate constitucional es acerca de cuánto bienestar se dispondrá y a qué nivel de vida se accederá (en salud, medioambiente o vivienda). Ellos no distinguen entre la política ordinaria y la constitucional. Piensan que la tarea de redactar una constitución es equivalente a distribuir un conjunto de bienes preexistentes y no, en cambio, la de diseñar un ámbito para producir esos bienes y discutir cómo distribuirlos. Este punto de vista se desliza fácilmente hacia el fetichismo constitucional que, como enseña la experiencia de Latinoamérica (donde la redacción de reglas se confunde con la literatura de ficción) entusiasma fácil, pero desilusiona rápido.
Hay también quienes piensan que este momento constitucional es la ocasión para -por fin- desplazar a los políticos profesionales. Ellos aspiran a que la política constitucional suprima la política ordinaria.
Creen que uno de los males que aquejan a la sociedad chilena es fruto de la desidia o tontería de los políticos que se habrían puesto de espaldas a la gente. Nada mejor entonces que reemplazarlos, se dice, por independientes, gentes desprovistas de todo compromiso y ligeras de interés. Es este, por supuesto, un engaño peligroso y una de las varias modalidades del populismo: creer que al lado de la elite política, hay un puñado de oenegés, sindicatos, gremios, curas, médicos, deportistas, cantantes, humoristas, emprendedores y audaces, todos igualmente equilibrados, desinteresados y sanos a la hora de apreciar el bien público. Alguna vez -cuando se discutió la constitución de 1980- se pensó que la mejor democracia era una que daba representación orgánica a los hombres de trabajo. El invento tenía un nombre -democracia corporativa- y era bastante parecido al fascismo. Hoy no se llega a ese extremo; pero en el desprecio a los políticos y a los partidos y la asignación de la virtud a los dirigentes gremiales, vecinos independientes, empresarios preocupados del bien público, se planta la semilla de una maleza parecida.
Y en fin hay quienes piensan que la mejor forma de concurrir a la Convención Constitucional es comprometiendo antes un contenido a promover en ella.
Cada candidato -o varios coalicionados al efecto- portando una constitución imaginada y ofreciéndola al público a que la elija. Suena razonable; pero a poco andar no lo es tanto porque tiñe de estrategia lo que debiera ser, siquiera en parte, una deliberación en la que cada uno da razones y escucha las ajenas. Un diálogo tiene por objeto acercarse a la verdad o la corrección; pero si usted pretende que la descubrió de antemano (y además la convino con los otros a quienes también se reveló) es bien difícil que converse de buena fe o esté dispuesto a dejarse convencer.
Fetichistas, alérgicos a la política y convencidos de antemano, son tres tipos de candidatos a convencionales que en la izquierda y la derecha y a pretexto de una vocación repentina, rebajan la política constitucional.