Tomando en cuenta que para la mayoría de los servicios de streaming la historia del cine comenzó anteayer, el solo hecho de que Netflix haya estrenado el viernes una cinta en blanco y negro, ambientada en el Hollywood de 1940 y acerca de un célebre pero hoy olvidado guionista, es casi una osadía. Más aún: es darte un lujo asiático; salirte con la tuya, en un instante donde los vientos de la industria audiovisual soplan precisamente a la contra.
Y eso es lo que, de partida, habría que tomar en cuenta a la hora de formular cualquier opinión acerca de “Mank”, la nueva película de David Fincher (“Zodiac”, “La red social”), su primera en seis años. Destacada como película del mes en una plataforma abundante en series superventas, productos familiares y material de consumo compulsivo, este relato sobre los orígenes de “Citizen Kane” asume desde la partida y sin culpa alguna su inusual condición de filme de nicho, placer cinéfilo y virtual precandidata al Oscar 2021 en diversas categorías. A su manera, es el antónimo de “The Irishman”, la malograda carta de la N roja para los premios de este año. Allí donde los alcances de la obra maestra de Scorsese eran poco menos que sinfónicos, Mank opta —con astucia— por ser una ajustada y plástica obra de cámara: un artefacto que en vez de intentar traspasar al cine el aliento de la vida misma, opera en reversa y convierte la vida de su legendario personaje en cine y nada más que cine.
Ello justifica las enormes libertades que la producción se toma respecto de los hechos que llevaron a Herman Mankiewicz —genial y alcoholizada pluma, al servicio de los estudios de cine por casi una década— a asociarse con un Orson Welles, niño maravilla del teatro y la radio neoyorkina, que por entonces alistaba su bombástico desembarco en Los Angeles. Obviando los detalles reales de su colaboración con el desbordado Orson, el filme atribuye a Mank la idea de usar su íntimo conocimiento de la chismografía, negocios y vida privada de los magnates de California (en especial, de su amigo y frecuente anfitrión, William Randolph Hearst) para concebir el quintaesencial retrato de un hombre poderoso del siglo XX; alguien con la capacidad de tocar el cielo y revolcarse en su propio barro, el mismo barro en que el propio Mank también aceptó chapotear y sumergirse, de cuando en cuando. Ahora bien, la idea de Mankiewicz como el verdadero autor de “Citizen Kane” es un concepto que Pauline Kael, la deslenguada crítica de cine del New Yorker, ya había echado a flotar a principios de los años 70 —causando injusto e infinito malestar a un Welles que salió a defender su merecido crédito con garras y dientes—, pero que la película no utiliza en clave de polémica sino para responder una interrogante igual de inquietante; una pregunta que por lo general se aplica a Orson, el rebelde, pero que rara vez se hace a propósito de Herman Mankiewicz. Este, antes de “Kane” era considerado en el medio como un respetado, aunque alicaído, miembro de la comunidad hollywoodense: ¿qué razones lo movieron a escribir ese guion, y básicamente a morder, masticar y escupir la mano que le había dado de comer?
Apoyándose en el talento de un Gary Oldman capaz de transmitir al menos media docena de estados de ánimo simultáneos en el rol estelar, Fincher ensaya varias posibles respuestas que van desde la extrema lucidez de nuestro antihéroe, a la vergüenza de haber sido por años un bufón en la corte de Hearst y el secreto deseo de aplicar de una vez y para siempre su considerable talento a una empresa que perdurará cuando él mismo y toda su caterva de santos, demonios y bestias estén bajo tierra. “Mank”, la película, explora esos caminos desplegando considerable pasión, criterio y belleza en la tarea; de hecho, hay momentos en que se percibe al realizador —alguien fustigado y hasta marginado por la industria a causa de sus desquiciadas exigencias de perfección y mal genio— sintiéndose genuinamente identificado con la amargura y resignación de su personaje. Quizás sea precisamente eso lo que redime al filme de sus entelequias y ficciones: su empatía con la muy humana tristeza de Mank, y no la sobrehumana tragedia de Welles.
Mank
Dirigida por David Fincher.
Con Gary Oldman y Amanda Seyfried.
Estados Unidos, 2020), 131 minutos.