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Editorial
Lunes 30 de noviembre de 2020
Brecha crediticia de género
Es importante que las instituciones financieras revisen sus prácticas e impulsen cambios para prevenir eventuales sesgos.
A pesar de haber igualado a los hombres en el acceso al crédito bancario en los últimos años, las mujeres han obtenido tasas de interés que en promedio son mayores, según comprobó un estudio publicado este año que analizó la actuación de ejecutivos de cuenta al otorgar créditos de consumo. ¿Existe una justificación basada en evidencia objetiva para esta diferencia? Pareciera que no, de acuerdo con las conclusiones del Informe de Género 2020 dado a conocer la semana pasada por la Comisión para el Mercado Financiero (CMF).
Tanto en los créditos hipotecarios como en los de consumo, y asimismo en el protesto de cheques, las mujeres aparecen como mejores pagadoras de sus compromisos financieros que los varones. Al mismo tiempo, la mediana de su deuda es inferior a la de los hombres. Aunque esto se explica por su menor grado de participación en el mercado laboral y por la brecha salarial que las afecta —que se calcula en torno al 30 por ciento—, lo concreto es que, en términos de apalancamiento, los hombres tienen una deuda que es 4,4 veces su ingreso mensual, cifra que en las mujeres es de 3,2 veces.
En principio, esta realidad tendría que expresarse en tasas de interés a lo menos equivalentes a las de los varones, si no mejores. No es este, sin embargo, el caso, de acuerdo con el estudio, ni tampoco se advierte evidencia para sostener otras explicaciones, como una posible menor seguridad de ingresos futuros en el caso de las mujeres, eventualmente asociada a la maternidad. De este modo, los antecedentes sugieren la posible existencia de un sesgo discriminatorio que las estaría afectando en sus posibilidades de acceso crediticio. Sería esta otra prueba de que, pese a los notables cambios vividos por el país en estas materias, persiste un importante rezago cultural, el que se manifestaría no solo en las actitudes de quienes toman las decisiones financieras, sino también en lo que demuestran ciertos estudios de comportamiento social, según los cuales las mujeres tendrían mayor dificultad que los hombres al negociar beneficios para sí mismas.
Ciertamente, muchas de estas situaciones de inequidad debieran encontrar un camino de solución, en la medida en que se consoliden tendencias como la plena incorporación de la mujer al mundo laboral y a la vida económica. De hecho, los referidos antecedentes respecto de sus conductas de pago parecen indicar que las inequidades en su acceso a los mercados financieros pueden estar jugando en contra de los propios intereses de esa industria. Así, estos estudios sirven para que las instituciones crediticias revisen sus prácticas e impulsen cambios que permitan eliminar sesgos. Estos pueden estar distorsionando la adopción de las mejores decisiones no solo desde el punto de vista de la equidad, sino también de la racionalidad económica.