Una parte de la filmografía de Ron Howard, acaso la más personal, tiene su acento en la meritocracia y en cómo las personas salvan dificultades y dejan atrás un punto de partida desigual, por condición social, enfermedad o algún desastre.
Personajes ficticios o basados en personas reales, pero “Un horizonte lejano” (1992), “El luchador” (2005), “Una mente brillante” (2012) o “En el corazón del mar” (2015) comparten un relato de ascenso y consagración en Estados Unidos, por tanto, un país de oportunidades.
“Hillbilly, una elegía rural” se inscribe en esta corriente y se basa en una historia real reciente, protagonizada por J.D. Vance (Gabriel Basso de adulto, y Owen Asztalos, de niño), que escribió un libro que ahora es película.
Una cosa es filmar una historia, dejar un libre albedrío y que los espectadores saquen sus conclusiones, y otra es cruzar la frontera hacia un territorio de enseñanzas incorporadas, donde el espectador es un receptor sin espacio crítico y un alumno básico en proceso de aprendizaje, con apenas libertad de juicio.
“Hillbilly, una elegía rural” está plagada de frases que son de diario mural: “Si no la perdonas, nunca podrás huir de lo que intentas huir”, “Me dieron oportunidades que ellos no tuvieron”, “Todos los días elegimos en qué nos convertimos” y, por cierto: “La familia es lo único que importa”.
Es una horrorosa familia de Jackson, Kentucky, con la mitología de los montañeses, en los hechos campesinos pobres y su destino será lo que con desprecio se describe como basura blanca.
J.D. malvive con su madre Beverly (Amy Adams), enfermera, pero drogadicta permanente y con varias parejas y engaños en el cuerpo.
O bien con su abuela Mawaw, una Glenn Close histriónica y esforzada, llena de prótesis, cojeras y muecas, en plan de ser nominada al Oscar por octava vez y, alguna vez, ganadora. Papaw, su esposo, es interpretado por Bo Hopkins, siempre secundario, pero, eso sí, en al menos tres títulos de Sam Peckinpah y en una gran película de Robert Mulligan: “El hombre llave” (1974). Bo, de más está decirlo, no pretende nada.
Está, entonces, J.D. como niño y adolescente en el mundo que le tocó y padece, y la película salta entre 1997 y el 2011, para dar cuenta del sufrimiento, voluntad, esfuerzo y el egreso de Yale, que es cuando empieza a buscar trabajo en alguno de los estudios de abogados más finos y exclusivos del país.
Ron Howard, entonces, filma la historia de un triunfador que derrota su estigma social, se muda de barrio y vocea su victoria: está orgulloso de sí mismo; triste, pero orgulloso de su grupo familiar que se extingue (por eso la elegía); y totalmente orgulloso de su vida ejemplar que merece ser contada.
Otros directores, en cambio, filman al que fracasa y al que cae desde lo alto, al equivocado y a la que vive bajo una estrella errante, a los nacidos para perder.
Y eso, en el cine y en los espectadores, es otra frontera.
“Hillbilly Elegy”. EE.UU., 2020. Director: Ron Howard. Con: Amy Adams, Glenn Close, Owen Asztalos. 116 minutos. En Netflix.