Colo Colo y Universidad de Chile transitan, en diferentes medidas y condiciones, por la cornisa que puede llevarlos finalmente al infierno futbolero: caer a la Primera B y perder gran parte de su orgullo histórico, aunque algunos traten de maquillar el tema como una especie de necesario bálsamo renovador de fuerzas.
No están, por cierto, en sus incómodas posiciones actuales por obra del azar. Todo tiene su explicación: tanto albos como azules malgastaron sus últimos años en encontrar fórmulas que les permitieran mantener su protagonismo con el mínimo esfuerzo y no en, justamente, hacer lo que se requería: invertir a futuro y pensar en el engrandecimiento institucional, aunque ello exigiera costos no muy rentables en el corto plazo.
Faltó visión. Sobró actitud engreída. Se apostó a la caricatura de que, por ser un grande, un club popular, uno con historia, los problemas se resolverían solos, con el solo nombre.
Colo Colo y la U no se encontraron de repente y sin aviso en la situación desmedrada en que están. Hubo muchos elementos que indicaban con luces de colores que el camino elegido no era el correcto. El problema es que no lo quisieron ver.
Vamos haciendo un resumen.
Pese a que salieron campeones en la última década, sus entrenadores nunca lograron consolidar un proyecto institucional. Ni Tapia ni Sierra ni Guede en Colo Colo; ni Lasarte ni Hoyos en U. de Chile, fueron capaces —o no les exigieron— de entregar aportes más profundos que una vuelta olímpica que sumara estrellas a la bandera. Eso es, en resumen, lo que identifica a un club grande, pensaron sus jefes…
También es una señal de desidia acumulada la constatación del profundo desdén con que los clubes más importantes de Chile han asumido sus participaciones en torneos internacionales en los últimos años. No les ha interesado competir, sino que solo anotarse en la élite en la que suponen —por ser grandes— les corresponde ubicarse. Las magras inversiones y la nula épica discursiva al iniciar sus participaciones en dichos torneos son pruebas manifiestas de lo poco trascendente que ha sido para Colo Colo y la U medirse en la arena internacional. Importa figurar, pero no destacar.
Por último, habría que constatar la falta absoluta de una política coherente de generación de nuevos valores. No solo en el campo de las inversiones (que es, sin duda, mayor a la media nacional) sino que esencialmente en la promoción y maduración profesional de sus jóvenes futbolistas.
Los cuatro o cinco canteranos que anualmente suben al primer equipo quedan relegados a entrenar para hacer número a la hora de armar elencos para la “pichanga” o a un lugar escondido en la lista de los citados. Y si entran a la cancha, lo hacen para cumplir las normas y rara vez como una apuesta real. Un grande no puede darse el lujo de jugársela por un jovencito.
La discusión actual al hablar de las campañas mediocres de Colo Colo y la U se concentra en la escasa capacidad colectiva, o en la indudable baja individual de los jugadores (muchos de los cuales no tienen nivel para jugar en ambos equipos). Son temas relevantes, sin duda. Pero insuficientes para entender lo que hoy acontece con los equipos más populares. En los que aún se autodenominan grandes.