“La familia del soldado” (en inglés, “Father soldier son”) ha sido, con razón, nombrada como una de las cintas más valiosas de este extraño 2020. El documental, dirigido por una periodista y una fotógrafa del New York Times —Catrin Einhorn y Leslye Davis— y estrenado a través de Netflix, sigue a Brian Eisch, un sargento de Estados Unidos, y a su familia durante casi una década. El sargento Eisch es uno de los más de 775.000 soldados estadounidenses que han participado en la guerra de Afganistán, el conflicto armado más largo en que Estados Unidos nunca ha estado envuelto. La historia comienza cuando, en 2010, luego de seis meses en el frente, Brian vuelve de vacaciones a ver a sus dos hijos, Isaac, entonces de 12 años, y Joey, de 7. Hace algunos años la madre de los niños “buscó otros rumbos” y Brian se quedó con su custodia desde entonces. Las imágenes de cómo los niños, que han estado viviendo con un tío, reciben al padre son ya conmovedoras, pese a que las directoras filman y montan todo con mesura, neutralidad y evitan manipular las escenas con patetismo excesivo.
El siguiente encuentro será cuando el sargento Eisch vuelva herido en ambas piernas, pero de manera especialmente grave en su pierna izquierda. Eso iniciará un incierto camino de recuperación física y de múltiples perturbaciones familiares, entre otras cosas, porque Brian, tercera generación en el ejército, pierde los ejes de su propia identidad, al dejar de tener un mando, una función y una definición de quién es. La cinta, entonces, permite vislumbrar parte de la enorme institucionalidad que sostiene a los veteranos en un país en guerra. Sin embargo, juega sus mayores fichas en el ámbito familiar, doméstico.
Pero la guerra no lo es todo. O no tiene la culpa de todo. Brian Eisch es de clase media, blanco, patriota en el sentido más clásico de la palabra, orgulloso, sin matices, de servir a Estados Unidos en el ejército. Pese a los sufrimientos que sus heridas le provocan por casi una década, nunca se arrepiente de haberlo hecho. Al mismo tiempo, para Isaac y Joey, su padre es un héroe que ha logrado grandes cosas. Pero el mayor, a medida que deja de ser un niño, manifiesta dudas respecto de alistarse y quiere ir a la universidad. Su padre no cree que tenga las notas —o la inteligencia— para hacerlo. En el ejército, en cambio, “uno asciende si hace las cosas bien”. Esta tensión revela la desconfianza de Brian —quizá justificada, quizá por prejuicio, quizá de clase— contra el mérito en la vida civil.
A la vez, en el mundo de los Eisch la masculinidad se entiende como fuerza física, entereza, coraje. Hay una breve escena en que Brian, con una pierna ortopédica recién recibida, intenta subir una barredora de nieve a su camioneta. El esfuerzo que pone, la tenacidad con que insiste y el riesgo que corre de herirse sintetizan su carácter. Como Katherine Bigelow, las directoras Einhorn y Davis saben leer cómo la masculinidad es algo que no puede ni debe tomarse a la ligera en un hombre. Ejército y esta determinada forma de masculinidad son los cercos del mundo de Brian Eisch. Si Isaac quiere rebelarse contra ellos es porque conoce sus consecuencias. No quiere que sus hijos pasen por lo que él ha pasado. Pero una nueva tragedia en la casa de los Eisch —desoladora— cerrará su camino.
“La familia del soldado” es cuidadosa en no juzgar a Brian. De hecho, uno puede imaginar que se trata de un orgulloso votante de Trump, pero las directoras omiten cualquier referencia a su posición política, posiblemente con el fin de no cargar su personaje hacia un estereotipo. Ciertamente hay algo heroico en él, en cómo enfrenta su vida con las escasas herramientas que tiene a mano. La cinta, sin embargo, termina por hacernos ver que el verdadero héroe de la historia es, quizá, Isaac. Su amor, su temple es de otro orden.
La familia del soldado
Documental dirigido por Catrin Einhorn y Leslye Davis.
Estados Unidos, 2020, 96 minutos.
DOCUMENTAL