Las críticas al desempeño de los políticos, sin importar el partido al cual pertenezcan, solo aumentan. Se dice que faltan liderazgos, que la política está encerrada en sí misma, que tiene su atención puesta más en Twitter que en el país. La solución sería encontrar nuevos líderes, ojalá independientes.
En el fondo, hemos tenido mala suerte y por ello han escaseado los dirigentes comprometidos con el bien común, con habilidades de mando, capacidad para convencer a otros y una intachable ética de la responsabilidad weberiana. Debemos seguir jugando a la lotería hasta encontrar a esos líderes escondidos.
Ese diagnóstico, como veremos, está equivocado. Es mucho más plausible que el mal funcionamiento actual de la política se deba, más que a la calidad de sus actores, a las reglas del sistema.
Hay liderazgos que hacen gran diferencia, sin duda. La impronta que han dejado líderes como Churchill o Merkel es imborrable. Sin embargo, sostener que tenemos que encontrar 155 grandes líderes para la Cámara de Diputados es un error.
La razón es simple. Los políticos son personas no muy distintas al promedio, con sus bondades y mezquindades. Reaccionan y actúan de acuerdo a los incentivos que enfrentan. Y es, justamente, el régimen político el que establece esos estímulos.
Para un parlamentario promedio resulta poco atractivo ponerse detrás de su jefe de bancada; irse por la libre rinde más cuando la popularidad es la clave en distritos enormes. Los partidos, por su parte, no pesan mucho a la hora de las votaciones; tienen un control muy limitado sobre quienes ocupan los escaños. Las reglas actuales de la política invitan a la dispersión, no a la construcción colectiva.
Como contraste, vale la pena mirar la respuesta que hace algunas semanas le dio el presidente del PP en España a una iniciativa de VOX. Más allá del durísimo portazo a la iniciativa (separando a la centroderecha de la ultra), es llamativa la manera en que lo hizo, esperando al debate parlamentario y haciéndolo a nombre del partido. Lo relevante aquí es que tuvo la confianza de que, pese a ser un tema peliagudo, representaba a toda su bancada. Y no hubo ninguna filtración previa.
Se podría argumentar que los españoles tienen mejores líderes, pero es más probable que sus reglas de la política (aunque imperfectas) sean mejores que las nuestras.
Las reglas que nos rigen actualmente ayudan poco a que el sistema se preocupe del ciudadano medio. Si un parlamentario necesita, digamos, 15% de los votos para ser reelegido, se concentrará en su barra brava. Por otro lado, el sistema prácticamente garantiza que el presidente que gobierne tendrá minoría en el Congreso. Además, los quórums especiales y el que todas las iniciativas deban pasar por las dos cámaras ralentiza cualquier cambio. Todo esto hace muy difícil responder a las demandas ciudadanas.
En un partido de fútbol puede haber buenos y malos futbolistas. Pero si se juega con dos pelotas al mismo tiempo, el juego se enreda. O, peor, si los delanteros celebran goles en cualquiera de los dos arcos, el juego se torna imposible.
La nueva Constitución es una oportunidad única para repensar y modernizar nuestro régimen político. Se han manifestado temores sobre la propiedad privada o el Banco Central; y grandes esperanzas sobre derechos sociales garantizados. Pero respecto de las reglas de la política, tan importante como lo anterior, se habla poco. Es urgente conversarlo más.
Son muchas las alternativas y vale la pena mirar qué hacen otros países. Entre los objetivos debería estar poder formar mayorías; tener maneras poco traumáticas para salir de situaciones de parálisis; descentralizar con responsabilidad fiscal, y tener pocos y sólidos partidos políticos (en Alemania los partidos con menos de 5% de los votos o 3 distritos desaparecen). En definitiva, promover que los gobiernos puedan gobernar.
Una alternativa que cobra creciente interés es el sistema semiparlamentario, como Francia y Portugal. Algunos temen la cohabitación —como si hoy estuviéramos en un paraíso—, pero ella no ha sucedido desde que las elecciones del Congreso son diferidas respecto a la presidencial. Los distritos uninominales, en que se elige un solo representante, también promueven la moderación. Igualmente, debemos aprender de Perú, que tiene un modelo similar e inestabilidad.
Hay detalles que pueden hacer grandes diferencias. Es difícil que haya renovación a la sombra de expresidentes que son potenciales candidatos. Tal vez, sería mejor que lo sean una sola vez y, quizás, con una sola reelección inmediata. A su vez, los distritos deben ser mucho más pequeños, de manera que los candidatos puedan hacer campañas más cercanas.
Hay una gran oportunidad de cambiar los incentivos de la política para que funcione mejor. Es una avenida mucho más prometedora que seguir apostando a la lotería, con la fantasía de que esta vez sí que habremos escogido al político ideal.