Sucede que en muchos de los libros que he leído aparece un personaje que lee un libro y, a veces, se me pasan por mi cabeza dudas que erizan un poco mis amodorradas neuronas. ¿Existe una diferencia fundamental entre este personaje que está sentado leyendo un libro y yo que estoy sentado leyendo un libro en que aparece ese personaje? La respuesta de sentido común señala que ¡sí!, pues yo soy real y el personaje es ficción, aunque estemos haciendo lo mismo. Pero me imagino, entonces, que en el libro que está leyendo ese personaje puede, a su vez, existir otro personaje sentado leyendo otro libro y, todavía más (el pensamiento en ocasiones se desliza por estos bucles), que el autor de mi libro hace que su personaje se haga una pregunta semejante a la mía, comparándose con el personaje del libro que lee y se dé también una respuesta de sentido común: soy real, él es ficción.
Algo se desliza en ese momento, un ligero sismo metafísico, una confusión de planos. A mí como lector del mundo real, me digo, esa escena que me copia tan literalmente interpela la verdad de mi existencia porque el personaje de mi libro cree que es real, incapaz de darse cuenta que tanto él como el personaje de su libro son tan solo dos niveles de ficción. Pero, ahí, no sin escalofrío, me digo ¿cómo sé yo que no soy ficción? ¿Qué me tiene tan seguro de que, a su vez, no soy un personaje, común e ingenuo, de un libro que está leyendo otra persona? El jugador mueve la pieza y Dios mueve al jugador. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza?, dice Borges en un poema.
En un cuento que seguro usted lector recordará bien —“La continuidad de los parques”—, Cortázar nos pone en ese abismo de manera magistral porque el personaje del libro que está sentado leyendo un libro en que aparece otro personaje leyendo un libro resulta ser el mismo sujeto. Lo ilusorio, quizás, es la discontinuidad de los planos.
Un antiguo filósofo pensaba que los simulacros o réplicas creados por los artistas, por ejemplo, este cuento circular de un personaje leyendo un libro cómodamente arrellanado en un sillón, como dice Cortázar, introducen una confusión peligrosa porque nos hacen pensar y comportarnos como ese personaje que no sabe que es personaje, dado que dentro de su mundo hay cosas que identifica como irreales o ficticias, tales como los personajes de una historia, las figuras de un sueño o las imágenes de una pintura, siendo que todos, al contrario, como dijo otro grande, estamos hechos de la misma materia de los sueños.