Desde hace un año, y casi como un mantra, numerosos editoriales y columnas han reiterado machaconamente el papel protagónico que corresponderá a la racionalidad para enfrentar la violencia cotidiana que ha campeado, y ahora también el desafío constitucional que enfrentamos. Es una constante que permanece a pesar de la evidencia que nos satura, en el sentido de que es la violencia la que domina el presente y la que marca la perspectiva del futuro. Pero nadie se ha detenido a analizar y comprender este fenómeno que apunta a la destrucción de toda institucionalidad y convivencia.
Y este no es otra cosa que un matonaje complejamente montado. Es decir, acción de grupos y personas ocultas que se aprovechan del temor que provocan en las autoridades, inmovilizadas por el miedo de violar los derechos humanos. Además, consiguen el apoyo de un gran número de personas mediante el manido expediente de vocear consignas y promesas demagógicas que generen insatisfacciones y desaten la búsqueda de soluciones ilusorias, a los que se suman ingenuos que creen que el porvenir solo apunta a lo que señalan los matones. La suma de estos factores, unida al desprecio por nuestra historia y tradiciones, les ha permitido ir negando y demoliendo todo lo que ha sido logrado mediante el esfuerzo y dedicación de tantísimos chilenos a lo largo de las generaciones.
A este objeto apunta el matonaje que ha destruido Plaza Baquedano y sus alrededores, el centro de Santiago y sus barrios periféricos, las capitales regionales y otras ciudades menores, además del recrudecimiento de la violencia en La Araucanía. La pandemia permitió disimular todo esto por un tiempo que ya pasó. Y ahora el turno de la Constitución, donde se proyectarán las imposiciones violentas. Esto último no es novedad porque desde hace meses se ha ido erosionando la base institucional en que descansa la vida del país. La racionalidad no se ha visto en ningún momento, ni se la vislumbra por ninguna parte. Por el contrario, la destitución del ministro del Interior muestra que el matonaje atrae a los débiles, que ven en él un medio para sentirse alguien en la desolación.
Agrava esta situación la falta de una conducción política decidida, que marque un rumbo para agrupar a quienes están dispuestos a la defensa del país y de su futuro. Solo vemos un Presidente que se parapeta tras de un atril rodeado de sus ministros, dispuestos como palitroques listos para que los voltee una bola. No hay racionalidad que se vislumbre. Solo matonaje.