No debería haber mayor drama, prevalecen las exageraciones y demoras, también predecibles, en la elección presidencial de los Estados Unidos. El suspenso es producto del complejo sistema electoral norteamericano. El desenlace estaba anunciado desde hace mucho tiempo.
Sin mayores sorpresas, la elección está concluyendo con el triunfo del exvicepresidente Joe Biden y la derrota del Presidente Donald Trump, lo que recién será constitucionalmente confirmado en la primera semana de enero de 2021. Entonces, se oficializará al Presidente electo, en sesión plenaria del Congreso norteamericano, luego de abrir los sobres enviados en la segunda semana de diciembre por los 538 electores que conforman el colegio electoral, con la suma de 270 o más preferencias.
Por ahora y hasta ese día persistirán vanos intentos de Donald Trump para desconocer el triunfo de Biden. Incluso en la reunión plenaria del Congreso habrá espacio para una improbable e inviable impugnación —lo que no tiene precedente— por la imposibilidad de lograr su aprobación por la mayoría requerida en ambas cámaras.
Antes se repetirán denuncias por supuestos fraudes e irregularidades, infundadas hasta ahora, seguidas de eventuales reclamaciones judiciales ante los tribunales estaduales y la Corte Suprema, que seguramente rechazará intervenir en las elecciones, sujetas a las leyes de cada estado.
Desde hace meses se anticipó, en casi todas las encuestas y por la mayor parte de analistas, que Joe Biden sería el próximo Presidente de los Estados Unidos. Eso no ha cambiado. Las proyecciones se han confirmado con cerca del 95% de los votos contabilizados. Hasta anoche, Trump para ser reelecto requería reunir 56 votos electorales adicionales, mientras Biden solo necesita 17 para completar los 270 requeridos para ser electo.
Cierto es que prácticamente todos erraron gruesamente en los porcentajes que recibirían los candidatos en cada uno de los 50 estados y muy pocos en la votación en estos para cada candidatura, que han sido mucho más estrechos y tensos de lo esperado. Tales imprecisiones finalmente no tienen mayor importancia: dentro del respectivo sistema, en este caso indirecto, las elecciones se ganan por un voto en cada estado. En lo que sí fallaron los analistas fue en las predicciones sobre el control de los demócratas del Senado. Los republicanos mantendrán la mayoría, obligando a Biden a negociar nombramientos e iniciativas legales.
También se sabía que habría sobresaltos por los resultados, que cambiarían por los votos emitidos los días previos al fijado para la elección, que debían ser contabilizados en los siguientes. Los votos anticipados y por correo, preferidos y promovidos por los demócratas e impugnados por Trump, se contabilizan luego de los emitidos en los lugares en los que se verifican los escrutinios. Eso es precisamente lo que ha ocurrido en favor de Biden. Nada de lo sucedido deslegitima su triunfo.