Hubo una época en que el presidente se hacía cargo y salía, de cuerpo presente, a explicar las razones del cambio de técnico, que supone siempre un error compartido. Hoy, cuando hay propietarios, presidentes rentados, funcionarios ejecutivos y gerentes técnicos, el término de un ciclo se concreta con un escueto comunicado, donde se le desea al entrenador echado la mejor de las suertes en sus futuros desafíos.
Pocas veces conocemos las explicaciones de los salientes, que se marchan en silencio. Se advierte que es por una cláusula de confidencialidad incorporada al finiquito, vaya uno a saber. Lo concreto es que, como decía don Xabier, muerto el perro se acaba la rabia, lo que no deja de ser inútil, porque de la experiencia nada se aprende.
Con la salida de Hernán Caputto en la U culmina otro proceso fallido en esta década. Y es injusto culpar solamente al exportero porque otra vez en la tienda azul —como ha venido siendo tendencia en la década— los pecados son de origen. Como cuando resolvieron echar a Martín Lasarte para traer a Sebastián Beccacece, invistiéndolo de tales poderes que citó a dialogar al plantel cuando aún estaba en funciones el uruguayo. O cuando contrataron a Ronald Fuentes de gerente técnico sin garantizarle al bueno de Ángel Guillermo Hoyos que no pretendía quitarle la banca, lo que se tradujo en que a Fuentes y a los técnicos de las divisiones menores les prohibieron ver los entrenamientos. O cuando a Alfredo Arias lo hicieron hacer una charada para encubrir que estaba en Chile mucho antes de lo que dijeron que estaba.
El pecado original que cometieron con Caputto fue interrumpirle el muy exitoso proyecto de las selecciones menores —con clasificación a dos mundiales— para llevarlo a encabezar el proceso formativo de los azules, lo que es muy válido, siempre y cuando no lo hubieran abortado también para pedirle que apagara el incendio que los llevaba derecho a la Primera B. Para un técnico debutante en el profesionalismo, en un equipo grande y con inestabilidad directiva, era un proceso mayor, que requería apoyo y soporte de la institución. La evaluación de su trabajo quedó trunca, porque la interrupción del campeonato impidió conocer si Caputto cumplía o no con la expectativa: salvar al equipo. E igual decidieron mantenerlo en el cargo, aunque la lógica dictara una carga mayor de recorrido.
Si esa era una tarea mayor, más aún lo era hacerse competitivo. El club le compró experiencia (Montillo, Larrivey, González), pero era imposible que un técnico que hizo toda su carrera anterior con jóvenes en etapa de gestación manejara una carga pesada por un camino turbulento como el de 2020. No debe haber ayudado, sin duda, que Azul Azul haya estado a la venta durante un par de meses, lo que se tradujo no solo en cambio de presidente, sino en un clima de inseguridad interna para Goldberg y Vargas.
Tan grande fue el pecado de origen en esta pasada, que Caputto ni siquiera volvió a su proyecto inicial, lo que demuestra el mal paso en toda su dimensión. Como no es primera vez, y pareciera que sacrificaron al que estuvo dispuesto a ir al sacrificio, sería bueno que alguien nos explicara. Por decencia, aunque fuera.