Desde los inicios de las premiaciones (1951) del Círculo de Periodistas Deportivos se distinguió al Mejor Deportista de cada año. Se entendía que los mejores de cada especialidad eran aquellos que mejor habían encarnado los principios del olimpismo o de la deportividad. No bastaba entonces con ganar, con ser campeón. Había que ser respetuoso de las reglas, del rival, del público, de los árbitros y de todos los que participan del deporte.
En la ética olímpica se entiende que “al asociar el deporte con la cultura y la formación, el Olimpismo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo, la responsabilidad social y el respeto por los principios éticos fundamentales universales”, como se anuncia en la Carta Olímpica y como se agrega en la definición de deportividad, que es, “fundamentalmente, el respeto a las reglas del juego. Pero también incluye conceptos tan nobles como amistad, respeto al adversario y espíritu deportivo. Deportividad es, además de un comportamiento, un modo de pensar y una actitud vital favorable a la lucha contra la trampa y el engaño”.
Con el paso del tiempo, ese criterio original fue cambiando, junto con el deporte y tantas otras actividades de la sociedad hasta transformarse en lo que es hoy: el premio a los Mejores Competidores. Hoy se premian las marcas y los títulos. Hubo algunos grandes competidores que fueron, además, grandes deportistas. Un caso remarcable es el de Carlo de Gavardo, triunfador motociclista que era capaz de arriesgar una figuración por ayudar a un rival varado en la arena. O Elías Figueroa, que arriesgaba su éxito personal por dejar a un club importante para ir en defensa de los colores del país en una justa internacional.
En los primeros años de la premiación y hasta entrados los 70, había muchos candidatos a ser premiados. Las costumbres de entonces lo permitían, pues en el deporte chileno, los deportistas solían ser personas de limpios procedimientos y podían ser considerados ejemplos para niños y jóvenes. Alguna vez, es cierto, alguno no muy disciplinado se hizo del Cóndor, pero ocurrió muy rara vez.
Las costumbres han cambiado desde entonces. El olimpismo fue capturado por mercachifles inmorales y junto con él, todas las dirigencias locales e internacionales. Figuras distinguidas llegaron a ser connotados ladrones, elaboradores de complejas tramas de corrupción destinadas al enriquecimiento ilícito. Y no solo el deporte fue secuestrado, también la política, el comercio, la industria. También las profesiones, todas, cayeron víctimas del incentivo diabólico de la riqueza fácil.
Hace ya varias décadas, entonces, que premiamos a los Mejores Competidores, sin consideración alguna por sus méritos deportivos. Muchos, por cierto, son buenos deportistas, pero no es esa una condición para ser elegido.