El mes que vivimos es, en el fútbol, uno distinto y especial. Es el del cumpleaños de Pelé y eso lo dice todo.
O Rei representa a este juego y los 80 años que cumplió ayer nos llevan a la reflexión que muchas veces no queremos escuchar ni leer: queda poco tiempo para el niño de Tres Corazones, el hijo de Dondinho y doña Celeste.
Por eso y quizás el número redondo de su natalicio, escuchamos los homenajes que se merece el más grande de todos los tiempos. El que a los 17 años no salió campeón del mundo, sino que sacó campeón del mundo a la selección brasileña en Suecia 1958. Siempre es lo máximo dar la vuelta olímpica en un Mundial, pero retrocedamos al contexto y entendamos que el Scratch cargaba con la cercana maldición del “Maracanazo” en 1950 y la “Batalla de Berna” en Suiza 1954, cuando la inolvidable Hungría los eliminó en cuartos de final. El equipo de Vicente Feola coqueteaba con el diván.
Brasil quería, debía y tenía que ser campeón. Conjugaba los tres verbos más brutales al que se enfrenta un deportista de alto rendimiento. Pelé nunca se enteró y condujo a su país a ese primer título, que suele ser el que más cuesta.
Lo sabemos nosotros, que esperamos hasta 1991 para ver a Colo Colo campeón de la Copa Libertadores; y a Atenas 2004 para saber de qué se trataba ver a un compatriota colgarsela medalla de oro, como hicieron Nicolás Massú —por partida doble— y Fernando González. Después vivimos la travesía que concluyó en 2015 con la Copa América y en 2016 recién conocimos lo que significa ganar un torneo de selecciones fuera de nuestras fronteras, como ocurrió en la Copa Centenario.
La FIFA, en la jornada de ayer, terminó con los eufemismos y estableció en notables producciones gráficas y audiovisuales que Pelé es único y que nadie le corre. Porque en esa dinámica que busca congraciarse con todo y con todos, la casa de Zurich permitió durante años que se pusiera en duda el trono de Edson Arantes do Nacimento.
Al menos ya no escuchamos esas monsergas que cuestionaban la grandeza de Pelé porque no jugó en Europa o porque “antes no se marcaba”. La serie de partidos mundialistas que exhibió el CDF a raíz de la pandemia, demostró que siempre hubo cracks, que también se marcaba y corría. Variaron los entrenamientos, la alimentación, el flujo de información, la tecnología, la ropa, los botines, pero lo que nunca se modificó es la jerarquía, la calidad y la clase.
A Pelé le sobró todo eso, más aún en un tiempo donde el fútbol no tenía reglas y las patadas no respetaban los galones de las estrellas. ¿Se imaginan a Pelé accediendo a la preparación de los futbolistas de hoy? Sería robo.
¿Cuál fue el mejor Pelé? ¿El salvaje, el de 17 años en Gotemburgo y Estocolmo, o el de México 70?
En una conferencia de prensa de hace unos años, organizada por el Banco Santander, se lo preguntamos:
“El de Suecia era un niño lleno de ganas, pero sin experiencia. Para México sabía que era mi última Copa y me preparé como nunca, pero creo que el mejor fue el del 63 y 64. Estaba en mi mejor momento físico, joven, pero con años jugando. Ese fue el mejor Pelé”.
Larga vida a O Rei.