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Editorial
Sábado 24 de octubre de 2020
El dilema de Plaza Baquedano
Hoy, un traslado difícilmente se comprendería sino como un símbolo del fracaso del Estado en su tarea de resguardar el orden público.
En un símbolo del vandalismo que ha vuelto a asolar las calles de Santiago se ha convertido el monumento al general Baquedano y tumba del soldado desconocido. Pintada la estatua sucesivas veces de rojo y cubierta de banderas y lienzos, es blanco de las protestas de los manifestantes, quienes se congregan periódicamente a su alrededor en la denominada “zona cero”, donde vecinos y comerciantes conviven cotidianamente con movilizaciones, enfrentamientos violentos, saqueos, incendios —como los que afectaron a dos iglesias vecinas— y destrucción del mobiliario urbano.
Destacables son los esfuerzos de la autoridad por insistir en la recuperación del monumento y de su entorno, pintando la estatua tras cada acción vandálica. Sin embargo, en los últimos días, ha quedado en evidencia la dificultad de su resguardo, lo que ha dado pie a un debate respecto de la conveniencia de su permanencia en una intersección que ha sido tradicional punto de encuentro para celebraciones, marchas y protestas. Si bien la posibilidad de su retiro ya había sido planteada en octubre del año pasado, el Consejo de Monumentos Nacionales lo desestimó entonces. Diversas inspecciones recomendaron reforzar sus soportes y algunas piezas del pedestal fueron retiradas.
Luego de ello, la escultura, que se erigiera hace casi 100 años para conmemorar a una de las grandes figuras de la Guerra del Pacífico y a quienes dieron la vida en uno de los episodios más relevantes de la historia nacional, ha seguido siendo objeto de sucesivos intentos de destrucción. Así, los últimos acontecimientos motivaron una nueva solicitud del Ejército para —de volverse imposible su protección en su ubicación actual— trasladarla a un lugar público donde pueda ser resguardada por la propia institución. Un organismo técnico decidirá si procede acceder a tal solicitud.
Es comprensible la inquietud del Ejército ante lo que se ha convertido en un vejamen cotidiano. La impotencia frente al vandalismo y a la pretensión de negar nuestra historia ha de ser compartida por amplios sectores ciudadanos. Con todo, cualquier modificación de ese punto neurálgico de Santiago implica evaluar diversas condicionantes y su oportunidad. Tiene, por cierto, pleno sentido la ubicación de todo monumento en un lugar que garantice su adecuada protección y dignidad, cuestión que hoy no está ocurriendo en la plaza a la que da nombre el héroe patrio. En las actuales circunstancias de rebrote de la violencia, sin embargo, un traslado difícilmente se comprendería sino como un símbolo del fracaso del Estado en su tarea de resguardar el orden público en un área crítica de la principal ciudad del país. Decisiones como la de a quién y dónde ha de rendir homenaje la república han de ser el resultado de un debate desarrollado dentro de los marcos de la institucionalidad democrática y no el producto de la acción de grupos vandálicos que intentan imponer sus lógicas de copamiento territorial.