En pocas semanas cambiaron negativamente las posibilidades de reelección de Donald Trump. El grueso de las encuestas lo aleja del margen de error y favorecen al exvicepresidente Joe Biden. Es cierto que en 2016 los sondeos de opinión fallaron: Trump fue electo, desvirtuando los pronósticos de una victoria de Hillary Clinton. También es posible que el Presidente cuente nuevamente con votos por ahora ocultos, indetectables para los encuestadores, que finalmente le permitan triunfar. Por su provocadora, conflictiva y polarizadora gestión, muchos de sus electores podrían abstenerse de reconocer públicamente su apoyo al mandatario.
Dejando de lado esas salvedades, hay múltiples otros factores nuevos a considerar a favor del repunte de la candidatura del exvicepresidente.
Desde luego, se han consolidado encuestas que favorecen a los demócratas en las elecciones parlamentarias. En ambas Cámaras del Congreso se anticipa el control de los demócratas.
Afectan especialmente a Trump las repercusiones de la pandemia y la pausa en la recuperación de la economía norteamericana. Ante el registro de sobre 7 millones de contagiados y más de 212 mil muertos, como ningún otro país, los opositores le atribuyen responsabilidad por sus políticas sanitarias que menospreciarían las medidas preventivas del covid-19. A ello se suma su imprudencia, confirmada por el descuido personal por precaver su propio contagio y el de su entorno. De paso, la energía, determinación y liderazgo característicos de Trump —contrastados con las manifiestas debilidades físicas y de expresión que, por el peso de los años, exhibe Biden— se podrían ver comprometidos por su sorpresivo contagio y, ciertamente, por la demora de la reactivación de la economía y el empleo, los mayores e indiscutidos logros de su mandato. Tampoco parecería que ha beneficiado a Trump su agresividad en el debate presidencial. Revelador es que haya descartado como “pérdida de tiempo” participar en un segundo debate, ahora virtual, y que este fuera cancelado.
Más importante, tanto Trump como el vicepresidente Pence parecen prepararse para la derrota. Ambos son ambiguos en declarar que reconocerán el resultado electoral si son vencidos. Los dos insisten en que los votos provisionales y por correo permiten fraudes, serán masivos debido al covid-19 y aprovechados por la “maquinaria demócrata para sabotear las elecciones”. Los demócratas niegan tal propósito, aunque se reconoce que la votación por correo será determinante si los resultados son ajustados, causantes de complicaciones, demoras y judicialización de los recuentos, por varios días, que podrían cambiar a favor de uno y otro candidato antes de conocerse la suma oficial y final de la votación en los diversos estados.
Hay buenas razones para sostener que el suspenso por el desenlace de la campaña presidencial norteamericana trascenderá al próximo 3 de noviembre, fecha fijada para la elección presencial. En el intertanto podrían surgir cambios inesperados que modifiquen el curso de los acontecimientos.