Ante mí, en blanco y negro, me sonríe mi mujer, universitaria. Así me enamoré de ella. Sus ojos grandes y su sonrisa despiertan confianza.
Y cuelga en un pasillo oscuro el retrato de mi tatarabuelo, Nicolás Luco Herrera, nacido en 1790: con una horrible mirada me persigue. Lo peor es su boca, una línea severa. No me invita a confiar. Tal vez por eso tardó en casarse, a los 45 años, con Antonia Gutiérrez, en Illapel.
Uno confía en unos rostros y desconfía de otros.
Investigadores franceses, Nicolas Baumard, Julie Grèzes y Coralie Chevallier, sabían que ciertos rasgos, como los ojos grandes y la sonrisa, consiguen confiabilidad. Los ojos que no miran al espectador y las bocas caídas despiertan desconfianza. Se preguntaron si la confianza entre las personas ha evolucionado en la historia.
Publicaron sus resultados en Nature Communications el martes pasado (https://bit.ly/33QqVoX).
En un algoritmo, una fórmula, incluyeron los rasgos que despertaban más y menos confianza. Más confianza en… los jóvenes, las mujeres, los sonrientes. El computador clasificó rostros en confiables y no confiables.
Así analizaron 1.962 rostros de la Galería Nacional de Retratos, en Londres, pintados entre los años 1505 y 2016. Luego, aplicaron el algoritmo a 4.106 retratos de la Galería de Arte en la web (www.wga.hu) que representan rostros desde 1360 a 1918. Y después seleccionaron en Instagram 2.277 selfies tomadas el 2013 en Bangkok, Berlín, Londres, Moscú, Nueva York y Sao Paulo.
Los retratos antiguos generaban menos confianza y el índice de confiabilidad iba mejorando a medida que la historia humana se desarrollaba. ¿Por qué?
A un mejor pasar, mejoraba la confiabilidad social. Compararon la confiabilidad con el Producto Interno Bruto (PIB). En un gráfico, ambas rectas promedio crecían en paralelo a lo largo de los siglos.
O ¿no serían los cambios institucionales, el mayor respeto a los derechos humanos, la democracia, la menor explotación de unos a otros, lo que mejoraba la confianza social?
Resultado: el aumento del PIB lograba mejor puntaje en generar confiabilidad que los cambios institucionales; aunque el aumento de la confiabilidad también crecía gracias a más tolerancia religiosa, libertad política y democracia. Pero el PIB pesaba más.
Pregunté a Lou Safra, investigadora principal, si no podría ser al revés: que el aumento de la confianza impulsara al PIB. Me respondió que, analizando los tiempos, aunque sin un test que pruebe causalidad, el aumento del PIB precede al de la confianza social.
Podría existir un tercer factor que no investigaron, me escribió, que podría explicar los cambios tanto en el PIB como en la confiabilidad de los personajes retratados.
“Estos descubrimientos complementan los relatos históricos cualitativos y demuestran cómo a la luz de las ciencias cognitivas podemos enriquecer nuestra comprensión de la evolución cultural”, termina el artículo (La bibliografía es muy entretenida).
Lo mejor es sonreír y agrandar los ojos.