La Constitución Política del Estado garantiza a todos los chilenos el respeto y protección “a la vida privada”. Lo que no hace es definir cuál es el ámbito de la vida privada. En todo caso, se entiende que se desarrolla normalmente en el hogar y en lugares donde el ciudadano desarrolla conductas no compartibles públicamente. Y el que decida compartirlas puede ser castigado por alguna forma de exhibicionismo.
Por supuesto, son las costumbres las que van moldeando las conductas y sus escenarios. Lo que suceda al interior del hogar, por ejemplo, deja de ser privado cuando se exterioriza por alguna demanda judicial. La más conocida es la originada en violencia intrafamiliar. Obviamente, la actuación del agresor no es “privada”, es “pública”. O se hace pública.
Como es de público conocimiento, Leonardo Valencia, hoy jugador de Colo Colo, ha sido acusado de violencia intrafamiliar por su expareja en un caso que ha merecido comentarios de diversas personalidades, incluyendo a la Ministra del Deporte. Todas, por cierto, condenatorias para el jugador. El silencio ha corrido por cuenta del club y autoridades del fútbol.
El domingo, después del pálido empate albo con la U y la ausencia de público en el Nacional, un miembro de Asifuch, la asociación de investigadores donde participo y aprendo, comentó: “Se imaginan si hubiera 40 mil personas en el estadio… No habrían parado los cantos contra Valencia durante todo el partido”. Y así habría sido, qué duda cabe, con los azules de locales.
Ahora bien, el tema de la vida privada ha sido especialmente recurrente en el terreno del deporte profesional y, por su resonancia, en el fútbol. Con dos miradas: la del observador y la del deportista afectado.
El deportista tiene, a su vez, dos miradas, dependiendo del asunto. En unos casos, exhibe su privacidad, en otros, la oculta. La oculta si lo daña, la exhibe si le sirve de justificación.
Si se trata de alguna indisciplina, particularmente vinculada a alcohol, drogas o sexo, la oculta bajo el manto de la vida privada. “Estaba en mi día libre” es una justificación habitual. Hay, también, técnicos que avalan ese reclamado derecho a la intimidad. Como, por ejemplo, Sampaoli en casos célebres. El aficionado también opina según sus colores. Y lo mismo los dirigentes.
A la inversa, cuando un aspecto de su vida privada podría ayudarlo, lo exhibe. También hay expresiones clásicas. “La familia está de duelo por un vecino muy querido”. “No estoy durmiendo bien”. “Una gripe rebelde me está complicando”. Recuerdo haber escrito al respecto hace un montón de años cuando Hans Gildemeister explicaba algún bajo desempeño porque lo desvelaba el llanto de su guagua, en viaje con sus padres por el mundo. (Hubo un episodio muy grave, en pleno vuelo, que el tenista relata en su autobiografía).
En el caso actual, el de Valencia, han salido a la luz, expuestos por la demandante, audios de WhatsApp que muestran a un sujeto de la peor calaña. Pueden ser auténticos o no, pero los usuarios de la aplicación los toman por ciertos, sabiendo la realidad de muchos profesionales del fútbol.
Es lo peor de estos días.