¿Deben los empresarios ceder parte de la propiedad de la empresa a sus trabajadores?
Algunos empresarios piensan que sí.
Según se informó esta semana, Pesquera Friosur SpA instituyó como propietarios del 20% de la empresa a quienes trabajan en ella. Suena sorprendente; pero acaba de ocurrir. Los empresarios a quienes suele encasillárseles en el dibujo de una élite voraz y cicatera —y la verdad es que algunos compiten por parecerse a esa caricatura—, aparecen en este caso compartiendo la propiedad y el gobierno de la empresa con sus trabajadores.
Parece el comienzo de una democracia de propietarios.
La expresión “democracia de propietarios” la popularizó John Rawls en “Una teoría de la justicia” (1971) el libro más influyente de la filosofía política de todo el siglo XX. Rawls define a ese tipo de sociedad como una en que la tierra y el capital están ampliamente repartidos aunque, es de presumir, no de manera igualitaria (“A Theory of Justice”, 1971, 280).
Mientras el estado de bienestar aspira a que nadie caiga por debajo de un cierto estándar de vida, la democracia de propietarios permitiría que los ciudadanos se relacionaran como libres e iguales y responsables por sí mismos. La idea, dice Rawls, no es solo ayudar a quienes sufren un infortunio (aunque esto también debe hacerse), sino poner a todos los ciudadanos en una posición que les permita manejar sus propios asuntos y cooperar en la vida social como socios de una empresa común y no como simple fuerza de trabajo. Y si el estado de bienestar acaba instalando a un pequeño grupo que domina a la sociedad en su conjunto, la democracia de propietarios contribuye, en cambio, a la difusión del poder, porque la propiedad privada es un medio para expandir la autonomía personal (reconocerle a usted el autogobierno, pero al mismo tiempo, negarle el acceso a la propiedad —advirtió Kant— es un engaño).
Pero, como es obvio, una democracia de propietarios no puede erigirse sobre la espontaneidad incluso de una tan encomiable como la de Friosur SpA. Se requieren algunas medidas de política. ¿Cuáles serían esas?
Desde luego, una alternativa es imaginar incentivos tributarios o de otra índole para que las empresas acuerden transformar en derechos de propiedad el esfuerzo colectivo de los trabajadores. De esa forma, iniciativas como la de Friosur podrían poco a poco multiplicarse.
Otra medida, dice Rawls, para lograr que una propiedad se disperse es establecer, pasado un monto, un impuesto alto a las donaciones y las herencias. Como una economía de mercado se funda en el esfuerzo y la iniciativa de los individuos, no parece haber razones muy fuertes para defender que alguien se beneficie sin haber hecho nada para lograrlo. Kant, desde luego, se opuso a la herencia con un argumento semejante. Por supuesto, las personas ricas podrán distribuir su patrimonio en pequeñas porciones para eludir el gravamen, pero eso mismo podría contribuir, arguyen algunos, a difuminar la propiedad.
El reproche de Marx —que el dueño del medio de producción se apropia toda la plusvalía— debería retroceder siquiera en parte frente a una democracia de esta índole, donde las personas viven del trabajo y, a la vez, de su capital.
¿Cambiaría la forma de gobierno de la empresa la existencia de una democracia de propietarios? No necesariamente. Marx ya advirtió (en el tomo tercero de “El Capital”) que en la gran sociedad por acciones la propiedad se separaría del control. El gobierno corporativo puede mantenerse sin alteraciones en una democracia de propietarios. En el caso de Friosur SpA, los trabajadores se organizaron en una cooperativa para participar del control; pero la empresa a cuya propiedad acceden no se organiza cooperativamente. Así, la dispersión de la propiedad no significa necesariamente supresión de la empresa vertical, que es propia de un mercado altamente competitivo.
¿Es lo de Friosur SpA una utopía, algo parecido a una colonia tolstoyana, una rareza que no se multiplicará?, ¿quizá un lavinismo?, ¿solo una forma ocurrente de llamar la atención?
Es posible que el ejemplo no cunda (aunque es deseable que se le imitara), pero de lo que no cabe duda es que los trabajadores de esa empresa no solo mejorarán su bienestar material, también expandirán su autonomía; que al entregarles la propiedad accionaria se la legitimará a ella y se quiera o no, se estimulará el mérito; y que de aquí en adelante las relaciones laborales se harán también más estables. Por supuesto, puede verse en esta iniciativa una forma astuta de legitimar el capitalismo, pero en un mundo donde ni siquiera sus más enconados rivales imaginan una alternativa, no parece del todo malo reconciliarse siquiera en parte con lo único que existe.
¿Una idea de derecha o de izquierda? Vaya uno a saber. De difundir la propiedad habló Thatcher, el Nobel James Meade y además de Rawls… Juan Jacobo Rousseau.