Noche y océano, primera y premiada ficción de Raquel Taranilla (1951), es varias, quizá demasiadas, cosas a la vez: un ambicioso, extenso, apabullador, agobiante relato que cubre el siglo pasado y lo que va del actual; la descripción de un heterogéneo panorama en torno a la cultura clásica, pero sobre todo la popular; una sátira, que se acerca a la comedia de figurón y al retrato ridículo, alrededor del absurdo y pretencioso mundo académico del presente (con premios, escalafones, posgrados, viajes, congresos, simposios, elaboración constante de ensayos, arribismo descarado y toda la inútil parafernalia que rodea a ese estéril ambiente). En fin, se nos presenta la biografía de una joven emancipada, o habría que decir liberada, desprejuiciada, muy autocrítica, muy consciente, que se desplaza con extremo cuidado en ese medio, solo como una forma de sobrevivir y de mantener una carrera en constante peligro. Sin embargo, lo más original de
Noche y océano es el tratamiento literario de Taranilla en esta obra, pues abarca múltiples temas interrelacionados, enfocados fundamentalmente en un par de vertientes: el universo mental, sexual, social de Beatriz Silva, la protagonista narradora, y las fuentes en las que basa su historia, expresadas en notas a pie de página que, en la práctica, abarcan todo el volumen, ya que, en cualquier parte que lo abramos, encontraremos infinitas referencias a cualquier materia que interese a Beatriz o más bien dicho, a Taranilla. Y son tantas, tantísimas, que
Noche y océano consiste, en rigor, en dos libros: las referidas notas en letra chica, que totalizan 156, y las complejas y a ratos divertidas o absurdas vicisitudes de la heroína. Se comprenderá que hasta el lector más diligente terminará saltándose esa desproporcionada cantidad de apuntes, que van desde lo esotérico, recóndito, enigmático, hasta voluminosos tratados que exponen la vida y milagros de celebridades conocidas por cualquiera que tenga la costumbre de echar un vistazo a los diarios o siga los noticiarios.
El estilo de Taranilla es un tanto intimidante, tal vez poco accesible, poco grato para quienes buscan entretención, por más que sea entretención de calidad, en una novela. Para variar, en
Noche y océano hay una total ausencia de diálogos o bien ellos están incorporados en medio de interminables párrafos, interminables frases y subfrases, eternos paréntesis, inacabables divagaciones, inagotables carillas en cursivas u otros rasgos tipográficos. No obstante, traspasada esa barrera,
Noche y océano resulta un texto interesante, excéntrico, atractivo.
El punto de partida de la intriga ocurre cuando Beatriz Silva abre el periódico y se entera de un hecho que la deja estupefacta: alguien ha robado la cabeza embalsamada del legendario director del cine mudo F. W. Murnau. Ella sabe quién es el culpable, un sujeto que obedece al nombre de Quirós, con quien mantendrá una relación que durará a lo largo de toda la acción —o falta de acción— de
Noche y océano. A continuación, viene lo mejor de este singular título: una historia de la cinematografía desde sus inicios hasta el presente, un desfile de quienes hicieron posible el desarrollo del séptimo arte —Greta Garbo, Brigitte Bardot, Jean-Luc Goddard, François Truffaut, Érich Rohmer y muchos más— y una vasta galería de intelectuales relacionados con la literatura, aun cuando preferentemente vinculados con las cintas, tales como Roland Barthes, Jacques Lacan, Claude Lévy-Strauss, Marcel Proust. A estas alturas, Beatriz va a cumplir 32 años, odia los grupos y prefiere amistades estrechas, su compañía predilecta es el pez Omega, tiene que luchar contra la prepotencia de Ayala, que solapadamente la agrede en sus clases de la universidad, y es tan culta que bordea lo patológico (¿alter ego de Taranilla?). Reside en un destartalado departamento de Madrid, al cual arriba Quirós con sus secuaces, todos, sin excepción, obsesionados con “Nosferatu”, la mítica película de Murnau destrozada hasta lo irreconocible, aun cuando ahora será reconstituida gracias a los esfuerzos de estos cinéfilos.
Y esto nos conduce a la Polinesia, a Berlín, a Hollywood, a París, a India, a Nueva York, a México, a Barcelona o a cualquier punto del planeta donde se generen productos que tienen que ver con el celuloide. Así, bajo la mirada de una mujer del presente, con los conflictos propios de quien contempla el universo a través de esa óptica,
Noche y océano deviene una narración global, un logrado anecdotario que nos transporta a sitios que ni siquiera ubicamos en el mapa.