Explicar a los bípedos implumes imberbes quién fue Javier Pascual, o confesar la ignorancia sobre qué significaba su apodo de “Cachamandí”, es parte de este pedido a domicilio. Porque si se anuncia que llegará la comida desde La Cocina de Javier, es más que pertinente recordar a este chef español muy televisivo y de risa contagiosa, quien optó por una variante menos estirada de la cocina peninsular. Esta vía es la que se perpetúa en un par de locales –en Vitacura y Colón– a más de dos años de su fallecimiento. Con la misma calidad de antes, hay que corroborarlo.
Sin problemas en la sazón, lo único reprochable fue algo que es ya demasiado común y demasiado evitable: una carta algo extensa y, por ende, que se arriesga a que no hubiera pimientos del piquillo rellenos, ni la tortilla estilo Javier, ni las natillas, ni el flan torero. De los postres, solo contaban con una gran leche asada ($9.590), perfecta en su factura e ideal como para media docena de comensales (de perfil semimoderado).
Entonces, para partir, una tortilla de papas ($4.500) de esas que ruedan. La verdad, y dejando de lado la discusión decimonónica entre bien cuajada versus babosa, es que, traslado mediante, en tiempos de pandemia viene mejor la más sólida.
Luego, dos platos en plan fogón: lengua a la sevillana ($6.990), bien caldosa, con zanahoria y aceitunas verdes. Y una plateada ($7.950) sellada y guisada, muy blanda y con abundante jugo de la cocción. Ambas porciones bien abundantes, como para un comensal y medio. Hay callos también, por si acaso. Y osobuco. Y albóndigas a la donostiarra también.
Finalmente, y antes del gran final con la leche asada, una de las paellas que tan célebre han hecho a este restaurante. En esta ocasión, la vegetariana, bautizada como “paisana”. Se trató de dos porciones a $16.500, nuevamente de una abundancia que se agradece. El arroz, de grano corto y pachoncito, como debe ser, entre pimentón, coliflor, espárrago, habas, champiñones, porotos verdes, arvejas y otras tantas verduritas (aparte de unas aceitunas negras encima que, la verdad, son como chancho en misa). Bien intensa en sabor terrestre y mayúscula en el pimentón (muy grato para uno, pero vaya el aviso para el que no), el que varía en otras combinaciones -como una de mariscos-, hasta llegar a una que lleva de un cuanto hay, que vale $23.180 y lleva el nombre de don Javier.
Todo rico. La verdad, entre sabor y abundancia, es que no hay mejor homenaje para un chef que su mano se perpetúe en la comida que concibió en vida.
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