Tengo miedo de las semanas de encierro y sus consecuencias, debido al exceso de cavilación y reflexión. Miedo por las decenas de pensadores profesionales y amateurs, veedores y holgazanes, de todos los oficios y ocupaciones, que analizan el presente, delinean el porvenir y en estos momentos escriben como iluminados por una luz oscura.
Así como algunos cantaron desde el balcón, ellos se mantienen aferrados al escritorito y no paran de teclear el computador porque los anima la guarda y silencio de la ciudad.
Incluso les digo más: se están inspirando.
¡Tengo miedo!
Así como algunos tocan la viola o la pianola, ellos se pasean un poco y es otra frase que atraparon, se dan una vuelta por el
living room y ya serían dos, y la tercera se la dan en el aire, y van saliendo del aprieto, llenando las páginas y así cumplen, creen ellos, con el exigente pedido de Violante, que le pidió al poeta un soneto y Lope de Vega se lo escribió en un dos por tres, porque fue burla burlando y nada lo espantó.
Allá, en la lejanía del Siglo de Oro, quedó el Fénix de los Ingenios, y acá, en este siglo seco y apestoso, abundan las plumas que patalean en la cuarentena y ensucian la página en blanco, mientras imaginan a la mejor persona para escribirles el prólogo.
¿No escuchan ustedes, bajo las noches limpias y estrelladas, el sordo rumor de la creación intelectual criolla? Desde una multitud de puntos de vista y géneros, escudriñando el sentido de la pandemia y describiendo sentimientos en cascada.
El momento histórico y enfermo se convierte en una cantera inexplorada y por eso los martillos y estacas, que buscan la veta de la inspiración y como en la fiebre del oro, el golpe a golpe y el que escribe que te escribe, porque todo hay que pensarlo de nuevo y dos veces: ciencia, religión, ciudad, medicina, sociedad, política, economía, futuro.
He escuchado de trabajos en ciernes que me asustan, porque son decenas los manuscritos que se cocinan, fríen o tuestan, y como aún los desconozco, no califico su valor, pero intuyo su género: obritas u octavillas, opúsculos, papeluchos y cuartillas.
Conozco personalmente y de eso no me vanaglorio, a varios de los autores en ebullición y en mi biblioteca abundan los libros dedicados y no leídos.
Conozco a un gaviotín de izquierda, de pata reducida y vuelo corto, pero de pecho gordo y con eso le basta. Aún no llega a pechugón, pero para allá va. Eso no lo sabe él, pero yo sí.
Otra autora, a la que le tengo simpatía, es una loica de derecha, que tiene su nido en el Twitter y su mente en una galaxia lejana.
Conozco a un autor que es un mirlo tipo tordo que también podría ser un tordo tipo mirlo, pero de algo estoy completamente seguro: es de centro.
Está el jote perezoso que dispara primero y escribe después.
Hay un chucao provinciano que es puro canto y blablá.
También pavos reales santiaguinos de pluma pesada, vana y fácil.
Nadie y menos yo, puede impedir ese torbellino de voluntad creativa en medio de la pandemia.
Pero es tan verdad eso como el estremecimiento que padezco frente a la redacción de prisa y las ideas espeluznantes de los libros que vienen.