¿Cómo dar cuenta apropiadamente de una de las mejores películas de la historia?
En 1962, John Ford tenía 68 años y había filmado al menos 110 largometrajes de ficción, además de una buena cantidad de cortos y documentales, muchos de ellos en la Segunda Guerra Mundial, cuando trabajó para la Armada en la Oficina de Servicios Estratégicos. A esa altura, ya había ganado un Oscar al Mejor Documental y cuatro al Mejor Director, el primero en 1936 y el último en 1953. Ford tenía ya una estatura legendaria, algo incómoda, difícil de administrar, un dinosaurio en un Hollywood que estaba tratando de adecuarse a los nuevos y agitados tiempos, donde el sistema de estudios en que Ford había florecido hasta convertirse en su estrella más distinguida ya era historia. Pero incluso entonces era difícil negarle un western a John Ford, y bien pudo filmar “Un tiro en la noche”, título con que se conoció aquí “The Man Who Shot Liberty Valance”.
La cinta resume gran parte de los temas que el western exploró mientras fue un género vivo: la eterna disputa entre ganaderos y agricultores, que es también una lucha entre los primeros pioneros y los segundos; la llegada de la ley a la frontera de la civilización, donde todo se arreglaba a balazos; el país que nace pero que también muere con la puesta en marcha de las instituciones democráticas; la diferencia entre la verdad y la leyenda, que es la sustancia misma del western, incluso antes de que fuera un género cinematográfico. Cuando llega hasta el pequeño pueblo de Shinbone para asistir al funeral de un desconocido Tom Doniphon, que yace en un cajón de madera modesto, sin botas, solo velado por el sencillo Pompey (Woody Strode), el respetado senador Ransom Stoddard (James Stewart), presionado por el diario del pueblo debe, justamente, contar la verdad. Y la verdad es que cuando Stoddard llegó como un joven abogado a Shinbone, un pueblo acorralado por la ignorancia, el miedo y figuras temibles como Liberty Valance (Lee Marvin), no hubiera durado un suspiro de no ser por Doniphon (John Wayne), que entonces era el alma y el arma que mantenía a Shinbone de una pieza, el muro que Valance no se atrevía a golpear. Doniphon es un héroe de los viejos tiempos: duro, profesional, autónomo, solitario, que muestra, sin embargo, una conmovedora delicadeza para tratar a Hallie (Vera Miles). Stoddard es un héroe de los nuevos tiempos: letrado, ingenuo, idealista, que trata al mundo horizontalmente, conciudadanos en una democracia, donde Hallie es una igual. Como no es raro en Ford, el personaje más débil, más humillado, menos apto terminará mostrando una entereza que cambiará el destino de todos. El director relata una mezcla de triunfos y derrotas, que se confunden por suceder simultáneamente en paradojas: el triunfo de la ley, que sin embargo necesita de armas ajenas a la ley para ser posible, lo que en sí mismo es una derrota; la traición al propio código de honor y la pérdida de la mujer que siempre se ha amado, sin otra recompensa que la llegada de un bien del que no se podrá gozar. A partir de ese tiro en la noche, una vida se encamina al éxito y el poder, un pueblo conoce las bondades de la ley y el progreso, y el héroe que hizo todo eso posible se hundirá en el anonimato y la soledad.
Incluso vista desde el personaje que triunfa, “Un tiro en la noche” tiene un aire trágico, triste, que va más allá de la glorificación de la derrota que fue tan usual en Ford. Es una reflexión oscura sobre la necesidad de violencia que exige el imperio de la ley. Es también una bella defensa de la democracia, que adquiere su punto más alto cuando en la modesta escuela que Stoddard funda en Shinbone, Pompey, que es negro, recita tartamudeando aquella parte de la Declaración de Independencia de Estados Unidos que habla de cómo los hombres nacen iguales. Ford saluda así, para todos aquellos que lo ven como un viejo conservador, al movimiento de derechos civiles que para 1962 está en plena lucha.
Hoy resulta sorprendente que cuando Ford estrenó “Un tiro en la noche”, los críticos más importantes la menospreciaron. Parecido sucedió para su muerte en 1973, cuando, junto con “Más corazón que odio” (1957), otra obra maestra innegable, fue ignorada. Es como si la cinta misma hubiera conocido el destino de su protagonista.
Un tiro en la noche
Dirigida por John Ford
Con James Stewart, John Wayne, Vera Miles.
Estados Unidos, 1962, 123 minutos.
DRAMA