El motivo principal de las tensiones que vive Chile es la falta de confianza en los demás, en el Estado, en la política. Para recuperarla, debemos volver a lo básico.
La esencia de la política es resolver dos tensiones siempre presentes en las sociedades: la necesidad de una autoridad que evite la anarquía, y el resguardo de los derechos personales. Ambos son requisitos para la paz social y evitar abusos de cualquier tipo de poder despótico.
Pero también se requiere que el Estado aplique el sentido y el espíritu de la ley. En el caso de las AFP, el Estado no fue proactivo: las AFP administran bien los dineros ahorrados por los particulares, pero el Estado debió captar a tiempo que demasiados chilenos no estaban en condiciones de ahorrar, y por lo tanto reciben pensiones vergonzosas. Y el Estado no actuó para protegerlos, ni durante los años de la Concertación, ni después. El pilar solidario llegó tarde y es exiguo.
Las leyes no pueden ser producto de presiones. Son garantía de estabilidad cuando surgen del patrimonio cultural compartido. Tienen que coincidir con una noción de lo que está bien y lo que está mal en el inconsciente colectivo. Tanto la letra como el espíritu de una ley deben ser percibidos como legítimos para que la sociedad tenga cohesión y sentido de pertenencia. Eso es lo que estamos olvidando, y esa falencia ha estado presente en el tema de las pensiones.
Chile está perdiendo uno de sus mejores atributos: el respeto a sus instituciones y, como consecuencia, la certeza jurídica. En esto hay responsabilidades compartidas: un Estado con mucha grasa burocrática, que debería estar más presente, con eficiencia, en los problemas de la gente; defensores dogmáticos del sistema que no aceptan revisar ni una coma; y sectores que confunden la legítima protesta con violencia y destrucción.
Lo que tienen en común todos estos abusos es que perjudican a los más débiles, que no tienen la influencia de los inescrupulosos que sacan partido al desorden: narcotraficantes, corruptos y populistas son los favorecidos en un país sin reglas, cuando todas las instituciones son cuestionadas.
El actual grado de populismo y el pésimo trato interpersonal en la calle se debe, en gran parte, a la escasa valoración de la educación cívica. Los conceptos cívicos que construyen confianzas deberían ser inculcados desde la infancia, como el respeto al prójimo; la tolerancia como virtud social; la libertad, que da posibilidad de criticar al poder abusador, lo que no es posible en China y otras culturas sin Estado de Derecho; la deliberación informada; la libertad de expresión respetando la integridad y honra de los demás. Necesitamos hablar de esto todos los días, en las familias, en los colegios y, sobre todo, en los medios de comunicación.