El 15 de julio será recordado como un hito clave en el sostenido proceso de destrucción de la institucionalidad democrática y del sistema económico vigentes. Lo ha hecho posible la determinación pertinaz del Frente Amplio y el Partido Comunista; la lenidad de un centro político, seducido y subyugado por ellos; y el surgimiento de una fuerte corriente populista en los partidos de derecha. Ello se ha logrado, ya no usando “resquicios legales” como antaño, sino, más grave, recurriendo a resquicios constitucionales. Se ha pasado a llevar un pilar importante de la Constitución, cual es la iniciativa presidencial exclusiva en ciertas materias, y se ha minado el carácter previsional de los fondos de pensiones, quedando así todos ellos disponibles para ser utilizados como la mayoría eventualmente decida. Y todo eso ocurre mientras gran número de diputados de la coalición gobernante carecen del coraje para expresar y liderar una posición clara, optando por la abstención en la que ha sido posiblemente la votación más importante de las últimas décadas. Y, peor aún, se ha utilizado la miseria y la precariedad de los chilenos para encender el fuego de la rebelión.
La izquierda ha sido perfectamente coherente con sus creencias y postulados. Su objetivo único es la imposición de la igualdad material. Con Marx (en cualquiera de sus escuelas), sus militantes piensan, y en ello han sido claros, que el origen de la desigualdad es la propiedad privada y, por lo tanto, debe abolirse “la apropiación privada sobre los medios de producción”, incluidos los 200 mil millones de dólares (cerca del 90% del PIB) de los cotizantes; que la lucha de clases es el motor de la historia, y que ellos son la vanguardia histórica del inevitable cambio revolucionario. Así, el imperativo político mayor o único es la superación del capitalismo, pues así se pondrá fin a la explotación humana, advendrá la sociedad de “hombres nuevos” y vivirá la humanidad en el paraíso perdido. ¿Que el retiro de los fondos de pensiones cause un daño mayor al mercado de capitales, que caiga la bolsa, que baje el dólar, que suban las tasas de interés, que se deprecien los ahorros de todos los chilenos, que las pensiones futuras sean más bajas, que será mucho más difícil impulsar la economía, que la violencia ha sido un instrumento coadyuvante? ¿Y qué importa todo eso? ¿Desde cuándo el crecimiento o el bienestar empírico de la población han sido el objetivo de una revolución socialista? Quienes creen posible construir el Edén en la tierra no hay nada que no estén dispuestos a hacer o a sacrificar.
Por otra parte, es cierto que el concepto de populismo suele usarse con laxitud y a veces como epíteto descalificatorio. Sin embargo, sigue siendo una categoría de análisis útil para describir ciertos fenómenos políticos. Hay consenso en que una nueva forma de populismo de derecha se expande en el mundo y todas estas tendencias tienen ciertas características comunes. Un grupo se erige como el único y verdadero intérprete de “las pulsiones populares”; ese construye un enemigo, donde radica el mal, integrado usualmente por las élites tecnocráticas y economicistas, carentes de alma y sensibilidad social. Estos populistas exaltan los sentimientos por medio de ideas simples, por sobre la racionalidad; y apelan a la subjetividad por sobre la realidad; promueven políticas públicas tendientes a complacer a “el pueblo” en el corto plazo, sin mediación institucional y al margen de un sustento económico real para llevarlas a cabo en el largo plazo. Todas estas inclinaciones han penetrado en un sector de la derecha chilena y fueron expresadas en el voto de derecha a favor del proyecto impulsado por la izquierda.
La única esperanza es que, al contrario de lo sostenido por Marx, la historia no está predeterminada y todavía todo podría cambiar.