Imaginen lo siguiente. Ustedes se enferman. Y entonces tienen que guardar obligatoriamente reposo cuasi absoluto en su casa. Su vida cambia completamente; sus planes, sus pequeños y grandes placeres, su contacto con sus seres queridos, sus pasatiempos, su vínculo con la naturaleza quedan prohibidos.
Los especialistas les dicen que la enfermedad es grave. Que puede ser letal. Y que, por lo tanto, tendrán que quedarse así como están indefinidamente.
Como con toda enfermedad, a ustedes les va a costar pensar en otra cosa que no sea en la propia salud. Por eso, la enfermedad los volverá esclavos.
Imagínense ahora que llevan más de tres meses en esa misma situación. Enfermos, sin saber hasta cuándo.
Estando en esa condición, ¿no les gustaría que el médico les dijera, en su visita diaria, si hay alguna mejoría en su situación clínica? ¿No les gustaría saber si alguno de los indicadores de salud mejoró? ¿Si están un poco mejor que sea? ¿Si hay esperanza de que este mal pase alguna vez?
¿O preferirían que el médico les esconda los resultados de los exámenes buenos para que no se vayan a tentar y salirse de la dieta o levantarse a caminar por ahí? ¿No tendrían derecho a saber la verdad?
Ya se deben haber dado cuenta de que no estoy hablando de ustedes, sino de Chile. El país es el que está enfermo con covid-19 desde hace más de tres meses y en situación de cuasi reposo absoluto. ¿No merece el enfermo Chile saber si está mejor o peor?
Digo todo esto porque me cuesta entender la actitud de la presidenta del Colegio Médico y de las ONG que se han dedicado a fiscalizar al Gobierno en el tema de la pandemia. Cuando los números se veían malos presionaban para que se diera la mayor cantidad posible de información, con el máximo detalle y se enfatizara el mal panorama. Mientras más contagios y más muertos, más transparencia pedían. Pero ahora que las cifras objetivamente están mejorando no quieren oír hablar de “leves mejorías”, como ha informado el ministro Enrique Paris.
He tratado de revisar con cuidado los informes sobre la infección. Los números del Gobierno y los de los centros de estudio opositores. Todos coinciden en lo mismo: el país se está mejorando. De a poco, pero consistentemente. Bajó un poco la fiebre, hay menos tos, menos dolor muscular, empieza a volver el apetito.
Por eso digo que no creo en la “leve mejoría”. Chile está mejor, sin adjetivos ni eufemismos. Y seguirá mejorando. Como en toda enfermedad, eso se debe a distintos factores. A la evolución normal de un cuadro viral, a la conducta del enfermo, al trabajo de los funcionarios de la salud, a la capacidad de los administradores que han permitido tener la logística y los medios físicos para tener equipos, tecnologías y medicinas disponibles.
No soy ciego. Entiendo que si el médico se excede en su optimismo y le dice al paciente que está completamente sano cuando recién comienza a mostrar señales de mejoría, estaría cometiendo un error. Pero este no es el caso.
Está bien ser cuidadosos. Sabemos que viviremos mucho tiempo manteniendo distanciamiento social, usando mascarillas y lavándonos las manos hasta la fruición.
Pero ojo con irnos al extremo con el manejo de la información. No nos convirtamos en el “enfermo imaginario” de Molière ni menos vayamos a agarrarnos el síndrome de Munchausen.