Cuando escribí aquí mismo, hace algunas semanas, que “Paris bien vale una misa”, nunca pensé que la ficción se volvería literal. Yo no tenía manera de saber que el doctor Enrique Paris se iba a convertir en el protagonista de la segunda temporada de la serie chilena sobre la pandemia del covid-19, tras la salida del protagonista de la primera temporada, Jaime Mañalich.
Pero así fue.
Algunas personas me preguntaron qué es eso de que “Paris bien vale una misa”. Se refiere al dicho atribuido al rey Enrique de Borbón que decidió convertirse del protestantismo al catolicismo para poder ser rey de Francia.
Enrique Paris resultó ser mejor político y mejor comunicador de lo que pensábamos. Desde el momento que asumió su nuevo cargo, decidió cortar por lo sano y recuperar el control comunicacional de la crisis. Para eso necesitaba anular a los matinales de televisión. Por experiencia sabía que ahí se estaba jugando el partido.
Y los matinales, como ha insistido mi colega Carlos Peña, hoy son más parte del problema que de la solución.
Hay días en que algunos matinales tienen contenidos francamente circenses. Compiten por el
rating, tratando de buscar el mayor impacto, recurriendo al viejo truco del sensacionalismo. Cualquiera de estos días van a llevar a malabaristas con PCR positivo, a una mujer barbuda con covid o harán una competencia de lanzamiento de enanos recuperados para ver si los anticuerpos producen cambios anatómicos. Los payasos, con y sin covid, ya han sido incorporados de manera intermitente.
Enrique Paris, quien conoció el género matinal como invitado casual, armó su propio programa en horario a.m. Conformó un panel con 5 o 6 especialistas, pero se aseguró de mantener para sí mismo la conducción. Él da y quita la palabra. Maneja los tiempos y las emociones.
Pero el matinal de Paris tiene muchas ventajas sobre los matinales tradicionales. Se transmite por cadena nacional (por lo que no necesita competir por
rating), los panelistas saben de lo que hablan y no hay sensacionalismo. La producción del matinal de Paris tiene acceso a todos los invitados que quiera y a toda las exclusivas informativas.
Con ese nivel de impacto, todo el país prácticamente se detiene para sintonizar el matinal de Paris. Y todo el mundo escucha en silencio. Como en una misa. Es la misa de Paris, el matinal de todos.
Qué le recomendaría yo; un poco más de chispa. Hay demasiado número. Falta relato, épica. Y lo otro raro son las voces de ultratumba que aparecen al final. Los periodistas anónimos que preguntan desde el más allá, los jueces sin rostro, que preguntan planteando sus tesis, instalando dudas peregrinas, tratando de poner temas en la agenda o derechamente atacando a los panelistas.
Ahí se puede hacer algo, pero en general funciona.
Yo prefiero el matinal de Paris a los otros. Más fome y todo, pero más serio.
Me imagino cómo añorarán Francisco Vidal y Joaquín Lavín ser invitados al matinal de Paris. Cómo querrán ponerse bótox el alcalde Carter y Raquel Argandoña para calificar en el panel. Pero ojalá Paris se mantenga firme y no se entregue a la dictadura del
rating. Sería atroz.