En los últimos días han aparecido, en este mismo medio, críticas al papel de la televisión, por la forma en que ha tratado los padecimientos que provoca la pandemia en la gente, acudiendo al morbo y banalizando ciertas situaciones. Mas no parece ser algo solo circunstancial, sino más bien una manera de abordar la contingencia, en correspondencia con una tendencia que se arrastra por años y se impuso en países de Occidente, al menos.
Por su parte, el periodismo audiovisual, a contar de los años 90 —con utilización de múltiples formatos y géneros—, comenzó a detentar una influencia exponencial, hasta llegar a ser el medio informativo hegemónico. Entre los chilenos resulta evidente y, por añadidura, la gran mayoría lamentablemente asume los contenidos de la TV como verdad incuestionable.
Porque lo esencial es la imagen, es lo que atrae audiencias, dejando el elemento propiamente informativo muchas veces en segundo plano. Se trata, en consecuencia, de una práctica predominante denominada como “sensacionalista” por una gama de profesionales y académicos de distintas nacionalidades que la han estudiado: “El periodismo de información da paso al periodismo de sensación y entretenimiento” (Labio, Restrepo y otros). No digo que todos los segmentos de nuestros noticiarios sean sensacionalistas, pero la presencia de imágenes trágicas, semanalmente, es destacada en forma recurrente y con un despliegue que parece excesivo: accidentes, desastres naturales o provocados, delincuencia, crímenes, etc. Cuando son noticias políticas o económicas, se focalizan en la controversia, con entrevistas que buscan la “cuña” que excite el debate; o se apela a la emoción, con hechos conmovedores que afectan a personas que se lamentan, lloran ante las cámaras, y tampoco es excepcional escuchar una voz en off, melodramática, comentando imágenes de un reportaje que amplifica la noticia.
Se dirá que ocurre en otros países, cierto, pero no en todos. Y se trata de una opción de los equipos de prensa de los canales, que puede ser completamente legítima, solo que cabría conocer su fundamentación. Qué sentido tiene, según ellos, contaminar una noticia con el espectáculo, o extremar sucesos o procurar mover sentimientos más que el razonamiento. En otros países se conocen libros donde se analizan los telediarios, los cuales contribuyen a crear conciencia y opinión crítica en las audiencias. Porque se supone que los noticiarios informan eventos relevantes para comprender la realidad, y en este sentido son educativos, un servicio público que debiera estimular la inteligencia y cultura.
Y en Chile hay buenos periodistas y periodismo riguroso, exigente, pero no sobresale en los informativos en cuestión. Hace poco se conoció un dictamen del Consejo de Ética de los Medios de Comunicación que reflexiona sobre los estándares éticos que la labor periodística debe resguardar. Si llegara a ser así, muchos probablemente volveríamos a informarnos por estos noticiarios.