Señora, señor; mamitas, papitos; todos quienes a esta hora de la mañana están en la casa, como todos los días —porque mientras estemos en cuarentena hay que quedarse guardaditos—, tenemos una mala noticia que compartir con ustedes. El ministro Sichel ya no podrá estar con nosotros. Extrañaremos su pizarra, sus explicaciones de cómo les llegará la platita poca pero segura a fin de mes, su carita llena de risa, sus ojitos de piscina. El señor así lo quiso. El señor Piñera quiso que se fuera al BancoEstado. Pero no se preocupen, nuestra producción hará todos los esfuerzos humanos y materiales para que nuestro querido Sebastián Sichel esté de nuevo con nosotros aquí en el estudio. ¡Quizás podrá explicarnos cómo pedir un crédito, cómo sacar cuenta rut o cambiar la clave del cajero automático! ¡Quizás podamos traer un teclado gigante para que nos enseñe a digitar el pin!
No sé por qué, pero imagino a Tonka haciéndole la ceremonia de réquiem al ahora exministro Sichel. Mal que mal, era el ministro mejor evaluado del gabinete en las encuestas. Lo extrañarán los matinales, pero también lo extrañará el gabinete y el Presidente Piñera, porque una porción de la mejoría del Gobierno en las encuestas se debió a Sichel.
Sichel, física y políticamente hablando, es una mezcla entre Don Francisco, Frank Sinatra y el cura Berríos. Mezcla sentido de masividad (que es más sofisticado que el mero sentido común) con sagacidad interpretativa y humildad chic.
Es, en simple, un arma de construcción masiva.
El problema es que está fuera del gabinete. Y todos sabemos que ser ministro es una de las mejores plataformas para construir una carrera política rutilante.
¿Es el fin para Sebastián Sichel? Ni por lejos. Muchas veces les he dicho en estas mismas líneas que no hay mejor trance que aparecer ante la opinión pública como víctima inocente. En este caso, además, Sichel aparece fulminado por la necesidad de encontrar un equilibrio de poder entre los partidos políticos oficialistas. Y eso obliga a sacrificar al pobre independiente. Esta imagen lleva las cosas a un sitio aún más sublime: Sichel es un mártir de la política.
La última vez que se hizo algo similar en público, la víctima fue Felipe Kast, a quien finiquitaron desde el mismísimo ministerio de Sichel, para hacerle un espacio a Joaquín Lavín. ¿Cuál fue el resultado? Felipe Kast resurgió desde las cenizas convertido en candidato presidencial y hasta con partido propio. Es decir, esa pequeña muerte política permitió que se reencarnara en una versión más evolucionada de sí mismo. Como un pokemón de los
cool.
Lo mismo va a pasar con Sichel.
Esto es calcado a lo que ocurre en otros rubros en los que un personaje se debe a las masas. Como el rock, por ejemplo. Los fanáticos suelen decir que solo una muerte inesperada convierte a una estrella en inmortal; en un clásico, figura de culto. Ahí están Elvis, John Lennon, Freddie Mercury, Kurt Cobain y Amy Winehouse.
Una canción de los 80 preguntaba: “¿qué vas a ser cuando seas grande?: ¿estrella del rock & roll, Presidente de la nación?”. Hay una extraña conexión ahí, entre la política y el rock.
Por eso, que a uno lo saquen así, inesperadamente, del gabinete puede ser una bendición más que una maldición.
Sichel pasó de ser el ministro mejor evaluado al mejor evacuado.