El seleccionador peruano, Ricardo Gareca, en una entrevista con la cadena RPP, ante el nuevo escenario que vivirá el fútbol, planteó una iniciativa que encendió el debate futbolero. El “Tigre” propuso, que ante las restricciones en los viajes en avión y el eventual inicio de las eliminatorias a la Copa del Mundo en septiembre, los países de la Conmebol jueguen con futbolistas del medio local.
Es difícil que esta iniciativa vea la luz. Los grandes del Atlántico, en especial Uruguay, Argentina y en menor medida Brasil, verían mermada la distancia que existe con los demás rivales. En esta dinámica, ¿cómo sorprendería a Chile una contingencia de esta envergadura?
La selección que disputó el Preolímpico de Colombia es una base. Ese conjunto dirigido por Bernardo Redin mostró una buena cara. La carencia de finiquito ante Argentina y los cafeteros llevó a la Roja a la eliminación. El balance nos dejó el mismo problema que muestra la versión adulta en los metros finales.
Las conversaciones en los medios y entre los hinchas en las redes sociales establecieron que en el arco existe un vacío difícil de llenar si no están Claudio Bravo y Gabriel Arias. En la defensa y el mediocampo algunos nombres se repetían. El eje de ataque trajo a colación a dos veteranos de buen rendimiento en el último año y en las fechas disputadas antes de la suspensión.
En el gusto popular Mauricio Pinilla y Roberto Gutiérrez sumaron votos. Esa función, se sabe, es ocupada casi en exclusividad por extranjeros. El aterrizaje de la realidad nos dice que otra cosa es con guitarra, que el peso de competir en una exigencia de la envergadura de las eliminatorias es una mochila que pesa toneladas y que aplasta entrenadores y jugadores.
Por eso es tan grave lo que vive el fútbol joven, casi inactivo desde octubre. Todo apunta a que su regreso será en el verano de 2021. Estos meses sin entrenar y sin acción se pagará en el nivel internacional. Este es uno de los grandes desafíos técnicos que enfrenta el fútbol chileno, aunque el tiempo perdido es irrecuperable.
Esas tareas tienen que ser encabezadas por dirigentes macizos, curtidos, proactivos, dispuestos a pisar callos, pero con capacidad para trabajar en equipo y sin máculas. En esta semana, en la que se concretó la renuncia del presidente de la ANFP, Sebastián Moreno, cuando los dirigentes negocian para armar las listas que irán a la batalla por el sillón de Quilín, es necesario que los articuladores y votantes recuerden la relevancia de su acto.
Liderar el fútbol implica dar la cara cuando las selecciones pierden o quedan eliminadas; explicar y responder por la violencia en los estadios, aunque no sean los responsables directos; enfrentar entrevistas en radios, televisión y diarios en un gremio en el que las agencias de comunicación y los lobistas no son considerados; polemizar con dirigentes de clubes que funcionan con la lógica del hijo único. En rigor, pocos cargos tienen un nivel de exposición pública como el presidente de la ANFP. Por eso, los escogidos tienen que saber que van a los leones.