Estábamos abriendo nuestro delivery de The Raj en la cocina y acertó a pasar por allí un maestro que nos está haciendo unos arreglos en la casa. “¡Qué buenos olores! ¡La nariz lo arrastra a uno!”, fue su comentario.
Y tenía razón: se nos inundó la cocina de aromas complejos, en que no se distinguía ningún elemento individual, pero en que se identificaba de inmediato a la India, o “las Indias orientales”, para ser más precisos, ya que nosotros somos “las Indias” que descubrió Colón.
Partimos con unos camarones Eral varuval ($9.490), cocinados al estilo de Andhra Pradesh, región situada en la costa sur oriental de la India: con hojas de curry (que no tienen nada que ver con los polvos curry), leche de coco, tamarindo. Buenos, aunque los mariscos los preferimos menos intervenidos, para que su delicado sabor y aroma no se diluyan. De entrada probamos también una combinación de pakoras, es decir, fritos de hortalizas ($9.990), algunos de los cuales resultaron muy buenos, en tanto que otros venían demasiado cargaditos a la masa…, o sea, mazacotudos. Hay rellenos sorprendentes, como arvejas y papas; otras pakoras se parecen a nuestros amados fritos de verduras que solemos acompañar con arroz.
Pedimos dos fondos, ambos buenos, aunque, comidos en una misma ocasión, dan lugar a una desorientación olfativa: ambos huelen bien, pero huelen prácticamente a lo mismo. Uno de ellos fue un plato de maravillosos garbanzos, los Punjabi channa massala ($9.900): grandes los garbanzos, cocidos a punto, blandos, con una salsa aromática de tomate y cebolla, al estilo de Punjab, región del norte de la India, patria de los “sijs”. Y el otro, un ghost dal ($11.900), cremoso curry de lentejas, típico de Hyderabad, en el centro-sur de la India, que pedimos con carne de vaca (¿se servirá así en la India? En todo caso, existe la opción de pedirlo con carne de cordero, que nos parece más probable en la India, por aquello de las vacas sagradas…). Las lentejas venían demasiado cocidas, hechas casi un puré, lo que les restaba agrado; no es lo mismo comer lentejas que comer puré de ellas.
El arroz kashmiri pulao ($3.490), que nos llegó en gran cantidad, aparte de oler bien, como todo en esta cocina de olores, no nos gustó nada: arroz basmati dulzón, entre cuyos numerosos “enriquecimientos” había hasta trocitos de coloridas frutas confitadas. Nos pareció un estilo excesivamente “Bollywood”, o sea, una India hollywoodizada para agradar a Occidente.
Superior, verdaderamente superior, en cambio, fue el pan laccha paratha ($2.200), hojaldrado, delicioso, que nos mandaron en 4 buenos trozos. Y los postres, en un subcontinente donde parece no haber muchos de ellos, fueron las acostumbradas bolas de masa fritas en almíbar (gulag jamun) y el dulce de zanahorias (carrot halwa), no dignos de recordación.
La presentación del pedido estuvo bien. Hay que retirar en restorán.
Manuel Montt 1855, Providencia.