La voz en off del que cuenta la historia es la de Jahko (Ashton Sanders), un joven criminal que ingresa a la cárcel, pero el verdadero protagonista, un narrador omnisciente por boca ajena, es Joe Robert Cole, el guionista de “Pantera negra” (2016), que en su segunda película como director construye una historia que mezcla alegato, denuncia, frustración y también un canto desesperado, por el mundo de los afroamericanos en Estados Unidos.
Está la elección del reparto, donde Sanders es la estrella naciente que estuvo en “Luz de luna” (2016) y “El justiciero 2” (2018), y Jeffrey Wright, que interpreta a JD, su padre, es la estrella consolidada, tanto en un tipo de cine, el de Jim Jarmusch o Wes Anderson, como en otro: estuvo en la saga “Los juegos del hambre” y cuando se estrene “Sin tiempo para morir” (2020), será el actor que más veces ha interpretado al agente Félix Leiter, el único y gran amigo de James Bond.
La película se sitúa en Oakland, California, parte en el presente y retrocede trece años y después un poco menos, trece meses, para un relato que se transmite de padre a hijo y de generación tras generación, donde al comienzo, y se dice varias veces, estaba la esclavitud y un callejón sin salida, y después de un siglo y más la esclavitud no existe, por cierto, pero los afroamericanos siguen sin salida.
En las letras del rap que inventa Jahko, que quiere ser músico; en la brutal enseñanza de JD, el padre drogadicto; en el recuerdo de un abuelo nueve veces encarcelado, o en el comentario sarcástico de una abuela a propósito del lema de la escuela pública: “No dejar ningún niño atrás”.
También en la voz en off o bien en los parlamentos de los personajes, que cada cierto tiempo dejan frases para el bronce en el camino: “Los blancos me ponen nervioso” o “Llevar un vida normal es menos probable que ganarse la lotería”.
En “Todo el día y una noche” se respira un aire sin horizonte que acaso responde a la época post Obama y a la era Trump, porque la película no cede un ápice en su profecía circular por razones superestructurales e invencibles: pobreza, educación, racismo y segregación.
Esta es una película carente de dudas y repleta de certezas. No hay salida y punto. Todos los personajes están en el mismo cauce y punto. Nada ha cambiado. No hay esperanzas y punto.
Cuando los discursos son maximalistas, la primera sospecha es que el director Joe Robert Cole, por algún motivo y por un tiempo, se encantó. Y después, claro, se desencantó. Es el problema del encantamiento, con las causas enormes.
Una más bien minúscula ocurre a los 49 minutos y fracción. A un tipo malherido de bruces por el suelo, le disparan varios tiros por la espalda que perforan su chaqueta y brota sangre de los agujeros. Apenas 20 segundos después, se repite el plano del muerto, pero ahora está impecable, porque se les olvidaron las perforaciones y la sangre.
Antes de llegar a lo máximo, hay que partir por lo mínimo.
“All day and a night”. EE.UU., 2020. Director: Joe Robert Cole. Con: Ashton Sanders, Jeffrey Wright, Isaiah John. 121 minutos. En Netflix.