La teoría de la interpretación del paisaje ha tratado de explicar por qué deberíamos apreciar una cierta imagen de un lugar por sobre otra. Sirviéndose de la psicología y recurriendo a estructuras atávicas, una de las explicaciones sobre nuestras preferencias se relaciona con la posibilidad de distinguir algún lugar que nos permita refugiarnos. Si figuramos un paraje descampado o una gran pradera infinita, estos se vuelven considerablemente más amables e interesantes si aparece una gruta, una choza o al menos un árbol en donde guarecerse. Podemos proyectarnos experimentando el lugar y su inmensidad desde de ese lugar preciso, un punto que se vuelve reconocible en medio de una inmensidad indiferenciada. Podemos considerarnos así situados, es decir, integrados a una situación que conjuga espacio y acto humano.
Este es uno de los principios más básicos de la arquitectura: la necesidad de construir un lugar para poder habitar el mundo. La caverna en la que vivieron nuestros ancestros, el alero bajo el que nos protegemos de la lluvia, los cartones con los que se cubre la cabeza un indigente en la calle, todos son gestos primarios de arquitectura. Por una parte, necesitamos protegernos de la intemperie, pero al hacerlo también buscamos diferenciarnos de ella, ponerle un límite y dejarla fuera. Hay formas que nos acogen más que otras: la curva cóncava, la proporción ergonómica que nos permite detenernos y reposar el cuerpo, la escala humana. El propio instinto nos ayuda a distinguir un buen refugio y hacerlo propio al usarlo. Buscar cobijo es una forma que tenemos de leer el mundo.
En tiempos hostiles, el espacio en donde nos refugiamos cobra mayor valor. Más que nunca, necesitamos sentirnos seguros en nuestros hogares, ahora que la vida cotidiana en la ciudad se ha vuelto amenazante. Más que nunca, hoy buscamos refugios. Los buscamos también en nuestras ideas, en nuestras convicciones y creencias. En nuestros amigos y nuestra familia, que se vuelven también un cálido albergue. Y nosotros nos volvemos también lugares en donde otros buscan su amparo. Queremos acogernos también en nuestras estructuras de organización social, en nuestras redes comunitarias, en nuestras instituciones, en nuestras autoridades políticas. Acudiremos a todo lo que pueda darnos un refugio en la tormenta.