Colo Colo está en crisis. Esto puede leerse en cualquier tiempo y circunstancia. Ya sea por intervenciones, procesos de quiebra, líos de camarín o resultados magros, la historia de los albos está íntimamente ligada a los problemas y polémicas. De hecho, a partir de ellas fue que David Arellano decidió fundar el club en 1925. El camarín de Magallanes estaba roto, así que la solución fue tomar las cositas y emigrar. El quiebre total fue el factor que forjó las bases de la institución ideada en el Quitapenas y fundada en el estadio El Llano.
Es decir, crisis y Colo Colo son palabras que siempre han ido juntas. Son indivisibles y lo seguirán siendo hasta el fin de los tiempos.
La de ahora, la que explotó la semana pasada con la “declaración de guerra” entre la directiva de la concesionaria (que emergió como santa solución tras otra crisis) y el plantel, ha decantado erróneamente en la división entre buenos y malos, entre solidarios y egoístas. Y nada que ver. Esta es una disputa entre privilegiados.
Por un lado, los que hoy tienen la administración de un club que hoy recauda, solo por concepto de CDF, 300 millones de pesos mensuales, algo que parece irrelevante en el marco internacional, pero que en Chile está por sobre cualquier ingreso de institución deportiva por derechos televisivos. No solo eso: Colo Colo registra ingresos altos aún por concepto de borderó (entre el 30 y el 35 por ciento de su presupuesto anual, según cifras emanadas del club) y además cuenta con auspiciadores variados que, obviamente, nadie más tiene —en cantidad— en el fútbol chileno. ¿Que muchos de montos hoy no se perciben por efecto de la suspensión indefinida de los campeonatos en que Colo Colo participa (Torneo Nacional y Copa Libertadores)? Cierto. Pero todos ellos —o gran parte— se percibirán igual cuando se reanude la actividad. Y con esta para, hay costos que sin duda han bajado (luz, agua, gas) o definitivamente no se han debido pagar (viajes, concentraciones). Si a ello se suma que el flujo de los dineros del CDF ha seguido llegando, se concluye que la situación es difícil, incómoda, pero de alguna forma superable con una administración inteligente.
Los jugadores, claro, también están del lado de los privilegiados. La plantilla alba representa un gasto mensual de cerca de 600 millones de pesos (dato de fuentes oficiales), lo que hace que el promedio de remuneraciones sea muy alto (aunque es bueno recalcar la gran brecha que hay entre los que ganan más y los que ganan menos). No es todo. A diferencia de la mayoría de los trabajadores, el plantel albo tiene posibilidades ciertas de expresar públicamente sus puntos de vista. Una declaración del plantel, una entrevista a Esteban Paredes en televisión, una aparición de algún jugador como Julio Barroso o Matías Zaldivia vía videoconferencia son noticias seguras y de difusión rápida, lo que, sea como sea, logra sensibilizar o, al menos, explicar claramente posiciones y hasta convencer a un sector en torno a ellas.
No, aquí no están peleando los buenos contra los malos. Tampoco parece racional tomar partido solo porque el de la otra vereda representa a los patrones o el que no es de mi gusto es pesado.
La disyuntiva acá es cómo hoy se dejan de lado los privilegios y se alcanzan acuerdos que permitan cierta justicia para la preservación a futuro de ellos.
Mientras no pase eso… Sigue la crisis.