Carlos Droguett recibió joven el Premio Nacional de Literatura, en 1970, cuando tenía 40 años, y ya mostraba una obra digna de cualquier reconocimiento. En los últimos años, la editorial Tajamar ha recuperado algunas de sus obras clásicas –
Eloy y Los asesinatos del seguro obrero–; LOM editó en 2001
Matar a los viejos, una novela de la que el autor solo había publicado una parte en 1976, y La Pollera ha optado por recuperar obras que publicó en el exilio (salió de Chile precisamente en 1976 y nunca regresó), como
El hombre que trasladaba las ciudades,
El compadre (es de 1967, pero esta edición es la primera en agregar dos textos que según el autor debían complementar el relato) y la presente obra,
El enano Cocorí, publicada en 1986 y que nunca circuló en Chile y América Latina. Es, pues, todo un hallazgo, aunque haya que hacer una doble operación de ajuste para enfrentar el texto: uno se refiere al año de su publicación y el segundo, al año en que transcurre, 1926. Nadie escribe hoy como Droguett. Puede decirse, con razón, que nadie lo ha hecho nunca, aunque sí había alguna similitud en estrategias de escritura con los autores de su generación. Pero nadie apela ya al estilo de prosa zigzagueante, de párrafos largos, con saltos en el tiempo, enumeraciones caóticas y largas sucesiones de comas que van enhebrando frase tres frase en un ritmo febril.
Es difícil no evocar la parábola
Ante la ley, de Franz Kafka, al leer esta novela, pero la similitud es muy aparente: en ambos casos hay una puerta y un guardián que la hacen infranqueable. Solo que en el relato de Droguett es un enano mal genio que no se molesta en dar razones e invita al protagonista más bien a suicidarse lo antes posible. Aunque el relato contiene datos como que el protagonista trabaja en una imprenta como corrector de pruebas nocturno y está casado, o que pesquisa la muerte –de momento, un rumor– de Federico García Lorca, es sobre todo el lenguaje donde el autor muestra nuevamente la soberana libertad con que siempre enfrentó la escritura. El texto tiene esa nota de distancia que esconden los sueños, esa deformación que los hace tan familiares y extraños a la vez: “casas y cosas horribles e imposibles trepando en el vacío o descendiéndolo con su aspecto de materia enferma o pervertida, descolorida, agusanada, deshilada, mosqueada, desintegrándose, levantando nubes de polvo sobre las latas hundidas, la madera abierta y el gastado solo crepuscular y ripio, ripio, ripio, sacos, cajas, sobres”.
Carlos Droguett
La Pollera Ediciones, Santiago, 2000.
60 páginas.