Reunido con amigos en diciembre pasado, uno de ellos dijo: “Al país le hace falta una guerra”. No por ser belicista, sino pensando en los grupos que protestaban en Santiago y otras ciudades, destruyendo e incendiando lugares patrimoniales y entidades públicas y privadas que prestan servicios a millones de chilenos. Conducta que juzgó antipatriota, lo mismo respecto de figuras públicas que no la condenaban o guardaban silencio. Quería señalar que enfrentar una guerra incita a pensar en la patria, pero no es corriente en nuestro tiempo, no obstante ser una concepción trascendente.
En rigor, la palabra patria invoca lo heredado de los padres, patrimonio en amplio sentido, esos bienes que generaciones reciben de los antepasados. Unos, materiales, como el territorio y sus cualidades, las obras de compatriotas o los productos de su genio. Otros, espirituales, la historia y tradiciones que otorgan identidad, fidelidad, orgullo por iniciativas y el talante que caracterizan a los connacionales; la gente con quienes se comparte la existencia y el porvenir; en definitiva, el “sentimiento del nosotros” del cual depende la permanencia y el desarrollo de toda nación. En gran medida, la (“madre”) patria es el espíritu de la nación, y como la familia, son realidades irreemplazables, sociedades constituidas naturalmente, según lo demuestra la historia.
El patriotismo puro —no su degeneración— significa sentir fuerte cariño por todo lo que es patrio. Entender que existe un bien común superior de la nación, que exige cumplir el deber de protegerla. En su acepción original, sería el sentimiento de lealtad a los padres, y es tanto incondicional como transversal a los habitantes, al margen de la ideología, afiliación política o creencias religiosas.
Resulta que estamos en guerra contra un enemigo invisible, que invade el territorio y elimina compatriotas. Una ocasión para responder al deber supremo. Cierto, autoridades y organismos nacionales de diversa índole lo hacen: de gobierno, Fuerzas Armadas y policiales, educacionales, económicos y financieros, profesionales, para qué decir todos los trabajadores de la salud y una serie de instituciones sociales.
Se cuenta con una comandancia que piensa y delinea estratégicamente el plan de acción, y esa conducción debe respetarse, obedecerse, no vulnerar sus instrucciones. Contradecirla públicamente por TV —que dado el caso debiera hacerse en reuniones— no contribuye a la causa patria, desconcierta. Lo mismo con ciertos periodistas que, en entrevistas, buscan la polémica entre las medidas de la autoridad con la críticas individuales o corporativas; incluso a veces no informan, más bien intentan provocar noticias, “golpear”, al decir del gremio.
En fin, no todos los chilenos comprenden cuando la patria está en juego. Los medios difunden mensajes al respecto y deben continuar, porque el patriotismo se educa —como dicta la experiencia— y se aprende. Es un componente cultural necesario para que la nación desarrolle su vida.