“La historia de los tres es la imposibilidad de contarnos esa historia”, dice el protagonista. Esos tres son Sergio y Laura, sus padres, y él, que a sus treinta años inicia un viaje desde Chile Chico para recalar en la casa de su madre en la localidad de Retamo, un caserío según el número de habitantes —menos de 200— que queda hacia el interior de Vallenar: tierra seca donde el río no es un río, donde su papá se juntaba con los viejos del pueblo a tomar vino en caja y a pelotear un rato. Retamo, la tierra donde vivía la abuela de Laura, en una casa de barro que fue luego su lugar de veraneo y finalmente su hogar o su escondite desde donde se puede evitar enunciar una historia que no puede ser contada. Cuando el protagonista tenía tres años, su padre Sergio fue a juntarse con los viejos. Bajaron a Vallenar a comprar pisco y vino para celebrar, y quizá, unos goterones, un amago de lluvia, un acontecimiento que con insólita velocidad se transformó en tragedia. Y Sergio no estuvo ahí. La historia “es lo que quedó en el cerro cuando el barro y el río se llevaron todo lo demás”.
Y, sin embargo, hay una historia, que se reconstruye desde un discurso elusivo que se articula sobre la aparente sinceridad del narrador y sus maneras de rodear el tema, de mirar desde lejos lo que quiere decir, de refugiarse, por ejemplo, en la historia de los changos. Hay una relación implícita entre ese pueblo nómade y su viaje de sur a norte, con escalas donde gente conocida —un pasado que aflora a retazos—, el de un viajero sin equipaje, que carga solo con sus fantasmas, con Sergio y con Laura, que ha perdido un dedo, tal como la mujer santiaguina que quiere contratar al narrador para que plasme su historia en un libro de autoayuda que apele a la fuerza de la sangre, española o chilena, qué más da. ¿Cómo arreglar cuentas con una biografía rota? ¿Inventar recuerdos, hacer aflorar otros reales, darles cuerpo y rostro a los fantasmas, evitar las preguntas y hacerlas estallar en el relato de lo imposible de enunciar, de lo que no se puede contar pero que de todos modos aparece, el cuerpo colgado, el río que por fin fue río y arrasó con todo, el vino en caja bebido hasta atontarse? Aunque el narrador hable en primera persona, nada hay en este libro de autocomplacencia del yo. Al contrario, en la sintaxis rápida y con mucho punto seguido, en la estructura quebrada, hay una propuesta literaria original y potente que vale la pena seguir.
EDUARDO PLAZA
Libros de Mentira, Santiago, 2019.
102 páginas.