Desde los parlantes de la radio brotan las quejas a borbotones:
“Nadie respeta nada. Están haciendo fila todos amontonados, sin respetar la distancia, ninguno lleva mascarillas ni guantes, toman la fruta en sus manos y la devuelven a la caja. La feria es un desastre”.
No sucede solo en la feria. También en los supermercados (“van las familias completas a comprar”) y también en las playas (“vienen de paseo en vez de hacer la cuarentena y hasta llegan en helicóptero”).
O sea, nadie hace caso, nadie respeta las normas sanitarias y si alguien se los hace ver a estos ciudadanos, lo entierran a garabatos. En el terminal pesquero, en la parada de buses, en cualquiera fila.
¿Es que acaso no somos disciplinados?
Nos hemos criado en la idea de que lo somos. De cabros chicos partíamos a la Parada del 18 y veíamos cómo nuestros soldados desfilaban gallardamente y su paso ordenado nos parecía que dejaba en vergüenza a las más escogidas tropas alemanas. (En realidad nunca fui, pero hablo de cabros chicos genéricos. Además, mientras crecía los desfiles militares me gustaban menos).
Pero, yendo a lo nuestro, sí, mientras crecía me gustaba más el fútbol. Y este sí que era disciplinado entre nosotros. Creo aún más: fue gracias a su disciplina que pudo avanzar más allá de lo que podía augurarle su calidad técnica de los comienzos. Éramos harto chuzos cuando nuestros vecinos del Atlántico ya eran muy buenos. Y lo eran por varias razones, entre otras, por su tremendo roce internacional, entre ellos (el clásico del Río de La Plata) y con europeos (gracias a su ubicación atlántica), mientras los chilenos jugábamos entre nosotros. Además, parecíamos menos fuertes y de menor tamaño, antes de la aparición del doctor Monckeberg y el medio litro de leche. (Ya Francisco Platko, el húngaro famoso, se fue de Colo Colo en 1939 porque nos encontró “de talla un tanto escasa”. Volvió el 41 porque en Argentina no lo pescaron y ya se sabe lo que pasó).
Precisamente ese Colo Colo campeón invicto de 1941 marcó la identidad del fútbol chileno como disciplinado. Con modestia, se asumió una idea táctica que marcaría su futuro y desde entonces se tuvo siempre al jugador chileno como disciplinado. Hijo del rigor, con un aprendizaje a ratos doloroso, con goleadas sufridas con frecuencia, pero siempre apegado a un libreto. Se trataba de un fútbol táctico.
Muchos años después de los inicios apareció por estos lados un entrenador español que propuso algo distinto. Xabier Azkargorta nos dijo: “El futbolista chileno no es táctico: es obediente”. Interesante. ¿Seríamos solamente obedientes? Con él no lo fuimos y estuvo poco rato en la banca del seleccionado.
Como sea, entre disciplina y obediencia se ubica nuestro fútbol, aunque la obediencia la entendemos más como imposición que como convicción.
¿Y nuestro comportamiento social en una emergencia sanitaria? Ese es otro partido. ¿Lo vamos ganando?