Si todo hubiese sido normal, a estas alturas ya sabríamos si Real Madrid logró dar vuelta el marcador en contra ante Manchester City (1-2) y continuado con vida en la Liga de Campeones de Europa. También tendríamos claro si las escuadras chilenas estarían aún en la Copa Libertadores o en la Sudamericana y si en el torneo chileno algún equipo —que no fuera Universidad Católica— podría seriamente pelear por el título. El nombre del DT de Colo Colo, obvio, estaría anunciado hace rato. Y habríamos vivido ya, por cierto, la primera doble jornada eliminatoria y seguro estaríamos hablando de recambio, de la interna entre Bravo y Vidal y de la poca habilidad comunicacional de Reinaldo Rueda.
En fin, estaríamos en lo de siempre. En lo nuestro. Sufriendo, discutiendo, evaluando, especulando y proyectando, que son los elementos esenciales de la buena charla futbolera.
Pero no, no estamos en esa. No se puede. No debe ser. Porque a pesar de que algunos se han saltado las reglas básicas de prevención (se está jugando la liga bielorrusa y en Nicaragua el torneo ha dejado ver algunos partidos) la lógica sanitaria ha impuesto un cese de las competiciones a todo nivel. La vida está primero. Cero discusión.
Pero, así y todo, es un tema esto de vivir sin fútbol.
La abstinencia de este fenómeno social (o moderna versión del “opio del pueblo” como sentencian sus detractores) ha provocado la búsqueda de sucedáneos para calmar una fascinación que es adictiva para muchos. Recuerdos de grandes (y no tan grandes) partidos, encuestas y rankings que llegan a ser burdos, un millón de crónicas sobre cómo enfrentan la pandemia en todos los rincones del planeta las excelsas y las no tan excelsas estrellas del balompié y proyecciones sobre el desastre económico que se vivirá en todas las ligas, ha sido la forma cómo los medios han enfrentado la carencia informativa de un elemento que, nos hemos dado cuenta, es trascendente en términos informativos.
No basta esta pauta.
Este período de pausa obligada debería ser la oportunidad para darle espacio a esos temas y enfoques para los cuales nunca se tiene tiempo ni voluntad “porque lo impide la contingencia”.
Por ejemplo, a través de crónicas y de intervenciones televisivas, aprender a ver fútbol de manera analítica, sin la presión del resultado ni de su incertidumbre. Quizás, de esa manera, podamos luego, cuando vuelva la competición, ser más criteriosos y justos en nuestros juicios.
Otra cosa que podemos hacer es enfocarnos en hacer grandes charlas, diálogos o paneles —utilizando las plataformas de comunicación a distancia- para así nutrirnos de las experiencias y visiones de los otros. Seguro que saldríamos de la dicotomía entre ser “ofensivos” o “defensivos”. O “temerarios” o “ratones”. Seríamos más bien, de la escuela holandesa, francesa o italiana.
Podríamos también proyectar hacer una digna biblioteca que condense la historia del fútbol chileno (para que de una vez por todas tengamos una), discutir en serio qué tipo de trabajo se debe hacer en las divisiones menores o escuchar qué dicen los expertos en materia de administración moderna de clubes.
En un período donde se vive sin fútbol, se puede seguir viviendo.