Chile tiene una ventaja objetiva ante el dilema de la Conmebol, la UEFA, la FIFA y la mayoría de las ligas del mundo: suspendió su campeonato ante circunstancias que consideró “hacían desaconsejable poner en riesgo a los trabajadores y a los asistentes al espectáculo”, antes de la pandemia. La diferencia fue que, en octubre pasado, la ANFP y el Consejo de Presidentes cedieron grácil y gentilmente a las presiones de grupos violentos y sin causa conocida, en uno de los errores más torpes y desatinados en la historia de nuestro deporte.
Hoy la situación es universal y la incertidumbre es mucho mayor. No se sabe cuándo es el final de la pandemia y los efectos devastadores de haber insistido en seguir jugando al fútbol cuando los riesgos eran mayores están a la vista en Bérgamo, Madrid, Milán, Valencia y toda Europa y los Estados Unidos. El chiste de Rudy Gobert, el jugador de la NBA que se burló del virus es tan patético como la actitud negacionista de muchos gobernantes que han pagado cara su ignorancia.
Ahora la pregunta es si aprovecharemos en Chile la experiencia anterior. Y si bien es cierto la suspensión del torneo no tuvo efecto económico sobre los clubes —porque siguieron recibiendo el dinero de los derechos televisivos sin jugar—, el daño fue mayúsculo en casi todos los aspectos. La charada de la Primera B así lo demuestra, como también la inexplicable falta de precauciones que tomaron las instituciones para reanudar el torneo.
Por si lo ha olvidado, porque el tiempo ha sido largo, todos condenaron la violencia y dijeron que habían fallado en los protocolos de seguridad, pero los cuatro equipos castigados por la violencia de sus hinchas apelaron a las sanciones y rebajaron las penas en un cincuenta por ciento (lo que para cualquier sistema de justicia es una barbaridad). Se habían suspendido partidos por doquier —bajo cualquier pretexto— y los hinchas que pese a todo iban al estadio, eran sometidos a la incertidumbre de programaciones muy erráticas.
Como quisiéramos apostar por el optimismo, nos gustaría creer que todos los planes para diferentes escenarios ya están listos. Que la actividad está preparada para sobrevivir a la crisis porque su ingreso principal sigue llegando y que apenas las condiciones estén dadas, recuperará su ritmo, sin la amenaza de las barras bravas, la falta de seguridad, las rencillas internas en la asamblea o el quiebre institucional. Suponemos que las videoconferencias han ayudado a planificar con más certeza, menos cantinfleo y dudas razonables (las clínicas, obvio) el relanzamiento del fútbol.
Pero, honestamente, es preferible guardar el optimismo para otras cosas más trascendentes y apremiantes de la humanidad. En su hora más crítica, nuestro fútbol depende otra vez de los hombres que ya fallaron previamente. Pero la vida, sobre todo en estas circunstancias, ofrece una redención. Siempre. Ojalá que la aprovechen.